Amores verdaderos

En el barrio de Flores vivía un hombre, que por ser la jurisdicción del ángel gris o seria pariente lejano de algún cronopio, vaya uno a saber, profesaba el amor no correspondido.  Decía él, Juan Carlos creo que era su nombre, que amar a una persona que lo amase a uno era tan fácil como subir a un árbol a los 9 años y que por ser fácil no era verdadero sino una especie de cariño cómodo y sin peligro para el corazón.
 Caída la noche del sábado, Juan Carlos sé vestía con su traje blanco, zapatos blancos, camisa negra, corbata al tono y salía a recorrer la calle Rivadavia; mirando de reojo algún café buscando una señorita solitaria o esperaba en una esquina hasta ver pasar a la mujer que le rompería el corazón.
Cuando tenia envista a su futuro amor se acercaba cautelosamente entre las mesas del café y le ofrecía una copa o en caso de que fuese en la vereda le regalaba un poema (escrito por él, claro, no gustaba de poesías ajenas por ser de fácil recurso).   Si la mujer aceptaba compartir una copa o sonreía y mostraba una mirada provocativa invitándolo a seguir con la conquista, el se disculpaba cortésmente alegando que jamás podría amarla verdaderamente.
 Solo en caso de que lo rechazasen o lo ignoraran, él sentía que las mariposas le corrían por todo el cuerpo y enseguida preguntaba nombre, dirección, teléfono, estado civil, signo y que tipo de descendencia tenia, con lo que lograba que su amor ingrato se fuera del bar pagando con rapidez y quejándose con el dueño, por consecuencia generalmente Juan Carlos salía a las patadas y en raras ocasiones salía a las piñas para encontrarse con algún policía de servicio nocturno que lo acompañaba de muy buena gana a la comisaría donde pasaba dos o tres noches por disturbios.
 Esas noches carcelarias, decía Juan Carlos, eran maravillosas porque sentía el amor escaparse por las rejas, suspiraba y buscaba nombres que se asemejen con el rostro de su amor hasta quedar dormido.  Al salir él la buscaba por el café, por la esquina y por sus sueños pero ya no volvía a verla y Juan Carlos moría cada noche triste y solo con su amor verdadero.
Solo una vez volvió a ver a una mujer que quiso conquistar en la calle, con la que volvió a hablar y fue rechazado nuevamente con desdén.  Pero vaya uno a saber porque razón divina un día recibió una carta donde la mujer arrepentida lo invitaba a verla y le confesaba su intriga por él.
 La carta fue a parar al tacho de basura antes de terminar su lectura. 

Comentarios