La culpa

Se despertó de golpe mirándose las manos, aun las podía ver llenas de sangre delante de sus ojos.  No era la primera vez que sus noches terminaban a las tres de la mañana, y el insomnio lo asaltaba buscando un motivo para matarla.  El mismo sueño repetido hasta el ridículo, siempre la mujer a sus pies sin vida, sus manos ensangrentadas y la culpa que lo atormentaba, hasta que el inconsciente se apiadaba y lo lanzaba otra vez al mundo de los vivos, para no volver a dormir, solo cuando haya pasado el día y el cansancio lo venciera.
 Al principio la repetición del sueño era anecdótico, con el correr de las noche comenzó a preocuparse, creyó que lo mejor era empezar a buscar referencias de un buen psicólogo, sobretodo cuando el sentimiento de culpa que sentía, creció hasta salir de sus sueños y acompañarlo durante el día.  Pero no llegó a ir a la primer consulta con el especialista,  porque supo al instante en que la vio, que nadie podía hacer algo por él.
 Caminando por Florida reconoció su rostro entre medio de la gente, se paralizó y el espanto le corrió por el cuerpo, la siguió con la mirada sin poder mover un solo músculo, los transeúntes seguían avanzando por la peatonal y lo empujaban para que reconozca que estorbaba.  Parado en medio de la vereda, la vio perderse, pero jamás volvió a pensar en otra cosa que no sea de que forma la mataría y por que.
 Trató de convencerse de que no era ella, pero cada noche lo confirmaba.  No entendía porque iba a matarla, solo sabía bien dentro suyo que lo iba a hacer, y lo atormentaba el solo pensarlo.  Jamás fue una persona violenta y mucho menos un asesino, pero el saber que ella en verdad existía, que la sangre que veía en sus manos al despertar, no era producto de su imaginación, sino una especie de premoción espantosa, lo volvió contra todos. Se irritaba con el menor rose y levantaba la voz exaltado, se abandonó en todo aspecto, la barba desprolija, la ropa de días enteros sin cambiar, y la ignorancia de sus amigos del motivo de su cambio, hizo que cesaran las visitas y los llamados telefónicos para saber su estado.  Dejo de salir, apenas para ir al supermercado, y se abandonó al encierro de su departamento, como única solución para preservarle la vida, a la mujer que veía muerta a sus pies por las noches.
 Tenía miedo de volverla a cruzar, sentir el impulso de asesinarla y no poderlo evitar, caminaba las dos cuadras del departamento hasta el supermercado, muy temprano a la mañana, cuando apenas estaban levantando la cortina y solo los viejos esperaban para entrar. Observaba con detenimiento a las pocas mujeres, que caminaban a esa hora por la calle, convencido de correr y alejarse lo más posible de ella si reconocía su rostro. Necesitaba controlar todo, no podía encontrarla de nuevo. Temblaba y por la frente le corrían gotas de sudor y nervios, cuando escuchaba a alguna joven hablar a sus espaldas, que no había visto formarse en la cola para pagar.  No podía sacarse de la cabeza darse vuelta, verla, reconocerla y cortarle el estomago con lo que tuviera a mano, trataba de evitar por todos los medios verle el rostro, fijaba la vista en el piso y pagaba al cajero con la cabeza gacha y mirándolo por arriba de las cejas. 
 Durante el día intentaba reproducir en papel el rostro que lo martirizaba, jamás supo dibujar, pero la tenacidad y los días enteros que le dedicó a esta tarea, hicieron que su técnica de dibujo, mejorara de forma prodigiosa.  Pasó del boceto a la perfección de los ojos y los labios en poco tiempo.  Solo se permitía dibujar su rostro, y esto alejaba su mente del asesinato.
  Al cabo de dos meses, todas las paredes del departamento colgaban su cara, hasta cubrirlas por completo.  Dormía viendo su rostro fúnebre y  durante el día convivía con el vivo, porque nunca pudo dibujarla muerta, solo reproducía hasta el hartazgo los rasgos que había visto perderse entre la gente por la peatonal.
 Al tercer mes de abstraerse, comprendió que estaba rozando la locura, con la poca cordura que le quedaba, supo que no tenía más opción que matarla o suicidarse.  Veinticuatro horas al día pensaba en ella, le gritaba a las paredes que colgaban su rostro pidiendo explicaciones de su asesinato, por las noches, lo vencía el sueño sentado a la mesa dibujando, y despertaba con las manos rojas llenas de culpa y el rostro de ella, que desde el papel parecía rogarle clemencia.
 Desesperado y desbordado, decidió romper con el cautiverio de su conciencia y salió a buscarla.  Recorrió la calle Florida de un extremo a  otro sin suerte, quiso esperar en un bar, pero su apariencia de vagabundo no le permitió entrar, luego reposó la espalda en una pared frente a la vidriera donde la vio por  única vez, recordaba que había sido por la tarde y ya no faltaba mucho, rogó que la calle Florida sea parte de su rutina diaria y volviera a pasar al mismo horario que aquella vez.  Los minutos pasaban y apretaba cada vez más los dientes, miraba con detenimiento a toda mujer que pasaba y preguntaba la hora a todo hombre que caminaba cerca suyo, se agarraba la cabeza con las dos manos y gritaba para descargar los nervios que le oprimían el pecho y no lo dejaban respirar con facilidad.  En poco tiempo estaba en boca de todos los empleados de la peatonal, un policía se acercó y lo obligó a retirarse, ya no podía volver a su departamento, estaba decidido a hacerlo, no tenía más opción que buscarla hasta encontrarla.  Caminaba hacia la esquina golpeándose la cabeza intentando calmar sus ideas, cuando la vio pasar a su lado, se detuvo, dio media vuelta y comenzó a seguirla, casi podía olerla, quiso tomarla de un brazo  y hacerlo ahí en plena peatonal, pero el policía todavía se encontraba en el lugar y lo acobardó con su mirada.  Creyó mejor seguirla hasta un lugar más propicio, protegido por la multitud de peatones, el policía no supo que seguía a alguien y él se detuvo dos cuadras adelante cuando llegaron a la parada del colectivo.  Se puso en la cola detrás de ella, el olor nauseabundo que  despedía desde sus ropas delató su presencia, ella lo miró por primera vez y le causó repulsión, él no pudo dejar de observarla, revisó sus bolsillos y encontró un vuelto del supermercado que le permitió subir junto con ella al colectivo.  Se ubicó cerca de la puerta, ella sintió sus ojos clavados en la nuca, acosándola, poniéndola más nerviosa con el avanzar del colectivo. Este dobló por Eva Perón y ella se alivió al llegar a Mataderos, caminó hasta la puerta sin cruzarle la mirada   y dudó en bajarse en la parada de todos los días, ya que esta nunca contaba con demasiada gente, pero el linyera no se movía del lugar ni presentaba indicios de que fuera a bajarse.  Esto la alentó a apretar el botón y descender en la parada sin gente, cuando puso un pie en el piso, él se lanzó del colectivo y casi la lleva por delante, ella lo vio parado en frente con la mirada extraviada en su rostro, apretó la cartera debajo del brazo y comenzó a caminar, supo que él la estaba siguiendo y corrió, él como un animal se lanzó a la caza, su presa sabía que corría por su vida y no siguió el camino a casa, buscó las calles donde seguramente hallaría gente, dobló la esquina sin aliento, el casi la podía tomar del brazo, cuando las veredas rotas del barrios la tumbaron al suelo.  Él la levantó del piso con violencia y con su mano sofoco sus gritos, puso su espalda contra la pared  y la apretó con fuerza.  Su cuello desnudo se rendía ante sus manos y la miró a los ojos, vio el temor en ellos y su humanidad lo detuvo.  Le gritó que se fuera, que corra siempre que lo viera, que no vuelva a caminar por Florida, cuando los dos escucharon un auto frenar cerca de ellos, bajaron dos jóvenes armados, que los insultaban y le exigían el dinero, el más chico apenas sabía empuñar un arma, y temblaba cuando apuntaba el cañón a la pareja, el otro vio que el vagabundo no valía la pena, e hizo una seña para volver al auto.  Ella tomó la oportunidad y corrió a los gritos, al que le temblaba la mano, no pudo sostener la calma y disparó, los  ladrones subieron al auto y escaparon.  El caminó unos cuantos pasos hasta ella, que esperaba tendida a sus pies, la quiso levantar, sus manos se llenaron de sangre y la culpa lo invadió con más fuerza que nunca. 

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