Olimpo

No puedo dejar de pensar en mi vieja, me decía Alberto todas las noches; yo tampoco, pensaba y sin responder.  Acá lo único que parece vivo son los recuerdos, ni siquiera el dolor o  la perversidad de este lugar parecen estarlo, pero poco a poco los rostros se empiezan a desfigurar, los amigos, con cada esfuerzo de la memoria se vuelven un poco más irreconocibles dentro de la mente y las voces de nuestra gente, se pierden como si tratáramos de recordar a un muerto, sin darnos cuenta que el muerto somos nosotros.
 Solo una cosa recuerdo con claridad y no puedo olvidar, y es el día en que me fueron a buscar.  Golpearon la puerta con firmeza y el ruido nos despertó a todos dentro de la casa.  Mi vieja, en camisón y asustada, con ese presentimiento funesto que tienen las madres corrió hasta el living, preguntó: ¿quién es?. ¡La policía, abra! y por un segundo la sangre se nos heló a todos, mi viejo salió de la pieza y me gritó que me quedara arriba –¡abra carajo!- y mi papá abrió.
 Cinco personas armadas entraron y con voz de mando preguntaron por mí, no está respondió mi viejo, ¿querés que te mate? ¿dónde está?, mi mamá lloraba aterrorizada, mi viejo repetía no está, y el resto de los hombres comenzaron a romper todo buscando no sé qué cosa.  ¿Dónde está? o te mato ahora hijo de puta. El llanto de mi mamá me desbordaba y el miedo no me dejaba pensar,    quería saltar por la ventana, pero no me podía mover,  mi viejo estaba de rodillas con un arma en la cabeza y mi mamá temblaba y no podía dejar de gritar, después todo fue confuso, no se cuanto tiempo estuve  oculto en la pieza de arriba, hasta que subieron por mi y me bajaron a golpes por la escalera, no pude ni levantar los brazos para defenderme, recuerdo que me llevaban de los pelos por el living y vi como a mi viejo simulaban ejecutarlo, mi mamá ya no tenía fuerza para suplicar, abría la boca en llanto, pero no emitía sonido, solo se le escapaban de la garganta, sonidos guturales de un llanto eterno. Me sacaron a la calle y me subieron a un auto verde.  ¡Pendejo, ahora vas a ver lo que es bueno!.
 Ya no sé cuánto hace que estoy en este lugar, parece que hubiese nacido acá, como el hijo de Julia, del que ya no sabemos nada.
Por las noches nos invade la desolación y el cansancio, no es que tengamos que trabajar todo el día, pero los interrogatorios son agotadores, nos siguen preguntando una y mil veces por gente que no conocemos o apenas sabemos como se llaman y a veces ni siquiera sabemos como nos llamamos nosotros. Esto se repite día tras día como una forma de justificar nuestra existencia.
 Al principio los interrogatorios eran salvajes y llenos de odio, la tortura (que prefiero no describir) el dolor y humillación, lograron quebrar a más de un alma en este infierno, y quienes no soportaban más el castigo, y se convertían en seres sin alma, vagando ajenos al entorno en sus celdas , desaparecían, sin saber, ni ellos ni los que seguimos acá, a dónde los llevaban, solamente no los volvíamos a ver, ni a escuchar, ni a nombrar, porque está prohibido el nombre de los (como dicen ellos)... desaparecidos. 
 A veces no aguanto más y estallo en furia y me golpeo contra las paredes de mi encierro, pero ellos saben muy bien como domesticarte y la furia se transforma en lagrimas de desconsuelo que me desgastan y me abaten,  tanto a mí como a los que me escuchan y la tristeza invade todo el Olimpo.

Con el correr los días (si es que el tiempo no dejó de existir) cada vez somos menos y las celdas vacías forman un precipicio donde la voz  se pierde y nos obliga a gritar, pero los gritos son propiedad de nuestros carceleros y el silencio cada noche es más profundo y desolador 
 Hoy desperté y miré mi cárcel y me vi tan irreal, no creo que esto sea verdad, no siento que las personas que veo estén acá conmigo si no que todo está deshecho, miro durante horas una araña y olvido las torturas con electricidad, mi vieja, la libertad, solo pienso en la araña sin saber en verdad qué pienso de la araña, y paso el tiempo sin siquiera mover un dedo, solo pienso y miro, primero con detenimiento y luego pierdo la vista en un océano de pensamientos que no descifro, aunque los esté viendo en mi mente, la perturbación que me provoca la ignorancia no se manifiesta en mi cuerpo, todos los que me ve se ríen y dicen: -otro que no aguantó-  y juegan a tirarme cosas o escupirme sin que yo me mueva o pueda de dejar de pensar en la araña, pero por momentos todo se esclarece y entiendo a la araña, a la cárcel y  a las torturas, lo veo todo tan claro, el odio tan comprensivo y la crueldad tan gratuita que siento a la muerte como mi única aliada.  Después, el encierro vuelve a ser tan inentendible como la araña.



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