Un hombre interesado en escribir, pero muy poco familiarizado con la literatura, escribió una tarde un cuento fantástico, que lo llenó de orgullo. Enseguida se lo mostró a sus amigos. El cuento trataba de un hombre anciano, que se encuentra en un banco de plaza con un niño, que resulta ser él mismo, y el hombre le regala al niño, una moneda para que lo recuerde en el futuro. El nuevo cuentista recibió muchos elogios de sus amigos y lo alentaron a que lo mandase a algún concurso literario. A uno de ellos el cuento le resultó familiar, buscó en su biblioteca y volvió a verlo con el mismo texto pero escrito por Borges. El nuevo escritor se sintió maravillado y no cabía en si mismo, creyó que pensar como el gran escritor argentino era increíble y se apresuró a mandar el cuento a una prestigiosa revista literaria. Esperó durante un mes, mientras no paraba de hablar de Borges y él, decía que no precisaba leerlo porque su mente estaba ligada a la del genial escritor ya desaparecido.
Sentado en la mesa, tratando de escribir algo coherente sobre algún laberinto, recibió una carta que decía, “Lamentablemente para usted, no publicamos plágios y mucho menos uno tan obvio, le agradeceríamos que no vuelva a escribir o comprar la revista, muchas gracias” Él hizo un bollito con la carta y la tiró al tacho de basura mientras pensaba, Borges de mierda me cagó el cuento.
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