El tío Alberto estaba todo el día sentado en el sofá acariciando al gato, pasándole la mano por el lomo desde la cabeza hasta la cola, una y otra vez. Sin darse cuenta que se le caía la baba y se manchaba la camisa. A veces la saliva se le caía arriba de Tomas y el gato se quería bajar, pero el tío Alberto lo apretaba con fuerza y lo seguía acariciando. Ni lo miraba, lo apretaba y seguía chorreando baba, hasta que el gato se quejaba y mi papá le decía, déjalo Alberto, que lo vas a lastimar, y el tío hacía un gesto abriendo la boca como si se riera, decía cosas que nadie entendía y soltaba a Tomas. Después se quedaba en el sillón, balanceándose despacito para adelante, y se quedaba así mirándose las manos, como si buscara al gato. Yo jugaba en el patio o en mi habitación, no me gustaba estar en el living. Prefería no mirar televisión, porque el tío Alberto siempre gritaba y me quería agarrar como al gato, y a mi me da asco que me llene de baba y que me abrace. Mi papá me decía,
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