Carta para Daniel Belloso

La señora Esther, como era su costumbre, todas las mañanas de verano, baldeaba la vereda de la casa chorizo de almagro. Años atrás lo hacia también en invierno, pero sus huesos le fueron escapando al frió matinal. Con los primeros baldazos de agua salía Javier, la saludaba con cariño, como a una abuela querida y distante, la abuela-vecina, amable y dulce. Lejana en la sangre pero a diez metros de su puerta, por un pasillo largo y viejo. Javier siempre le regalaba una sonrisa tierna antes de ir al trabajo, y alguna que otras veces intentaba hacerla desistir de su tarea, pero ella siempre se negaba, decía que era lo que la mantenía viva, que si se sentaba a ver televisión se moría, y solo dejaba que le alcance uno o dos baldes de agua, para luego echarlo con la excusa de que iba a llegar tarde al trabajo. Javier se despedía de la abuela-vecina con el rostro lleno de impotencia. Andá nomás, le decía y se volvía a su tarea sintiéndose menos vieja sin ayuda de nadie.

Cuando solo quedaba el cordón de la vereda por barrer, salían Inés y Estela. Ines bautizada por la geografía del pasillo como “la del fondo”, era una especie de bibliotecaria de las historias de la casa chorizo, no tenía mas entretenimiento que la vida de los demás, y junto a Estela formaban parte de las clientas del mercado Salguero. Una especie de templo para las adoradoras del chisme. Pero Estela era mucho más conservadora que su vecina y desde hacía mucho tiempo estaban completamente enemistadas.

De vez en cuando la abuela-vecina recibía en la vereda al cartero, a veces traía a un sobrino de Catamarca, otras al hermano del marido de Estela, que se había radicado en Madrid. Todas las cartas la abuela-vecina las depositaba en un buzón empotrado en el pasillo de la casa chorizo, que delimitaban una zona neutral, más allá de que todos los vecinos consideraban al pasillo propiedad del consorcio, cada cual atendía con mayor interés, la cantidad de baldosas correspondientes a su puerta, pero el buzón de cartas estaba libre de fronteras. Cada cual tenía la inmunidad de un diplomático, para abrir el buzón e inspeccionar las cartas una por una hasta hallar la que le correspondiera.

Pero esta vez el cartero, se presentó ante la abuela-vecina con una carta particular, la señora Esther recibió el sobre con una sonrisa calida y agradecida, fiel a su espíritu gentil aunque la carta no estuviera dirigida hacia ella, despidió al cartero con otro gesto amable y se dispuso a revisarla. Tomó los lentes que traía colgando del cuello, cerró los ojos con fuerza para fijar el aumento, acercó la carta y leyó el destinatario, se sorprendió al no conocer el nombre de esa persona y su primer impulso fue llamar al cartero, pero este ya estaba muy lejos como para oírla, pensó que quizás ella podía remendar el error y llevarle la carta a su dueño, volvió a acercar el sobre ante sus ojos y su sorpresa fue aun mayor, al leer la dirección de la casa chorizo. Gascón 725 decía inapelable, viendo el sobre con la mirada perdida repitió en su interior varias veces el nombre Daniel Belloso, pero su memoria no recordó a nadie con ese nombre. Creyó mejor dejar la carta en el buzón del pasillo, quizás alguien espera una carta a ese nombre, pensó la señora Esther.

El sobre permaneció en el buzón hasta un rato antes del medio día, cuando regresó Estela del mercado, tomó la carta con displicencia y se quedó un instante mirándola, luego fue hasta el departamento de la abuela-vecina, y la increpó por haber recibido una carta que no era para nadie del pasillo. La señora Esther quiso defender su teoría que talvez alguien espera alguna carta bajo ese nombre, pero Estela se encargó de derrumbarla, no leyó que dice Gascón 725 depto “G”, acá no hay ningún departamento “G”, le dijo. La abuela-vecina falta de curiosidad no había leído el renglón de abajo a la altura de la calle Gascón, se sintió tonta ante su vecina, pero prefirió esperar a que todos vieran la carta para estar segura por completo, y se comprometió ante Estela en que si ella tenía razón, llevaría la carta de vuelta al correo.

La del fondo se enteró de la carta para Daniel Belloso media hora después que Estela. La intrigó sobre manera, ella sabía de todos los que habían pasado por la casa chorizo y tampoco recordaba a ningún Daniel Belloso. Aceptaba que la carta estaba mal dirigida y su más profundo deseo era enterarse de su contenido, más cuando leyó el nombre de una mujer como remitente, Beatriz Velásquez decía el sobre. Batalló en su interior con su conciencia parada frente al buzón, con la carta en la mano y el recuerdo de ver salir del mercado a Estela antes que ella, quien ya estaría enterada de la existencia de la carta y conociéndola no se iba a quedar callada, si el sobre desaparecía así porque si, y su cautela favoreció a su conciencia, amedrentada en temas de privacidades ajenas. Inés miró la carta y suspiró antes de devolverla al buzón.

El sol empezaba a calentar la vereda de la casa chorizo, cuando la abuela-vecina salía de su departamento con el balde colgando de la escoba y la manguera en la mano, antes de salir del pasillo se tomó un instante para revisar el buzón de correo y se encontró nuevamente con la carta en discordia. Lamentó tener que aceptar la hipótesis de Estela, no porque entonces tendría que llevar la carta al correo sino por tener que darle la razón al alguien tan pedante.

Estela e Inés se encontraron en el pasillo a la hora de hacer las compras, se cruzaron un saludo tibio y caminaron sin hablar hasta pasar por delante del buzón, la intriga por la carta hizo detener la marcha de las vecinas hacia la puerta.

- Ya viste la carta que recibió Esther, preguntó Estela con el rostro indignado.

- Si, pero no es para nadie que viva en este pasillo, tenemos que abrirla, si la leemos, podemos saber para quien es, Contestó Inés sin titubear y con su mejor cara de jugador de poker.

Estela sin contestarle, tomó la carta del buzón y fue en busca de la abuela-vecina. Inés apuró el paso para poder seguir a Estela por el corto tramo que quedaba del pasillo, su interés por el contenido de la carta la estaba quemando, no podía permitir que la devolvieran al correo sin antes leerla.

La abuela-vecina vio salir del pasillo a Estela con la carta en la mano y cara de ofuscada, detrás de ella salía Inés tratando de detenerla con pretextos que ni ella se creía. 

- Tome Esther, acá tiene la carta, espero que la devuelva como prometió, dijo Estela dando por concluido el problema.

La abuela-vecina extendió su mano hasta tomar la carta, cuando Inés pasó su brazo por un costado de Estela y también tomó parte del sobre, las tres mujeres sostenían la carta con firmeza, en una situación ridícula que llamaba la atención de las pocas personas que pasaban por la vereda, entre dientes Estela le pidió a Inés que soltara la carta porque la iban a devolver.

- Esperen un momento, no podemos devolver la carta al correo, dijo Inés ante la mirada atónita de la abuela-vecina y la explosión de odio en el rostro de Estela.

- No vamos leer la carla Inés, interrumpió Estela levantando la voz

- La carta no está certificada dijo Inés mostrándoles a sus vecina la estampilla, tratando de justificarse y prosiguió diciendo. La enviaron como simple, el correo no se va a molestar en devolverla.

- No digas pavadas Inés, por favor, exclamó Estela.

- Te digo en serio Estela, yo una vez mandé una carta como simple y no llegó, cuando fui a reclamar me dijeron que si la estampilla es simple ellos no tienen responsabilidad si la carta se pierde.

- Pero en este caso no se perdió, la tenemos nosotros, dijo Estela

- Es lo mismo, no la van a devolver, la van a tirar yo se lo que te digo.

La abuela-vecina atenta a la discusión entre Estela e Inés se fue preocupando cada vez más con los pretextos de Inés por conservar la carta, tal vez sea cierto pensó con su mano todavía sosteniendo el sobre junto con sus vecinas y dijo:

- No podemos leer la carta, tampoco podemos dejar que se pierda. ¿Qué vamos a hacer?, preguntó preocupada hasta los huesos.

- No se, respondió Estela que al ver a la abuela-vecina bajo ese manto de intranquilidad dio un poco de crédito a las palabras de Inés.

- Le podemos escribir al remitente, dijo Inés en un sobresalto arrebatándole la carta a sus vecinas de un tirón seco y preciso, dejando a la abuela-vecina y a Estela con los brazos extendidos sosteniendo el aire.

- Yo no le voy a escribir a nadie, exclamó Estela.

- Quizás sea lo mejor, dijo la abuela-vecina, pero la mandamos certificada, concluyó anticipándose a un nuevo mal entendido, Estela asintió levemente con la cabeza y acordaron dejar la carta para Daniel Belloso en el buzón hasta recibir respuestas.

Por la tarde Inés reunió a las vecinas en el pasillo y les leyó la carta que había escrito para la señora Velásquez, contándole el destino de su correo y pidiéndole que venga a retirar la carta, lo antes posible.

Durante los días posteriores, Inés se había vuelto loca esperando a Beatriz Velásquez, pero una semana después, el cartero se le presentó a la abuela-vecina, muy temprano justo cuando ella empezaba con la limpieza de la vereda. Traía consigo la carta que ellas habían enviado, y argumentó que el destinatario ya no vivía en esa dirección. La abuela-vecina se sintió perdida y se apresuró en ir a buscar a Inés y a Estela, dejando el balde tirado y la manguera lanzando agua sin culpa a las baldosas. Al contarles lo sucedido a sus vecinas, estas se trenzaron en una discusión y no repararon en levantar la voz, recriminándose mutuamente las acciones que habían tomado.

- Yo voy a devolver esa carta al correo, dijo Estela dirigiéndose al buzón y sacando el sobre de su interior.

- ¿Y adonde la van a devolver?, gritó Inés. Si ya no vive ahí, concluyó arrebatándole la carta de la mano a su vecina, con un movimiento brusco y desesperado.

- Dame la carta Inés, gritó más fuerte aún Estela.

La abuela-vecina creyó que se iban a tomar a golpes, cuando el resto de los vecinos, que estaban próximos a ir al trabajo acudieron al pasillo alarmados por tantos gritos. Javier interrumpió la escena preguntando si esa carta era la misma que había llegado equivocada hace unos días atrás. La abuela-vecina entre susto y congoja le contó brevemente la historia de la carta para Daniel Belloso, al concluir Javier le pidió que le vuelva a repetir el nombre y la dirección del destinatario y fue a su departamento, repitiendo en vos baja, Daniel Belloso, gascón 725 Dpto “G”.

La discusión que parecía haberse calmado con la intromisión de Javier, volvió a avivarse con los gritos desesperados de Estela, cuando Inés en un descuido de su vecina, con un movimiento certero y veloz abrió el sobre con la precisión de un cirujano.

- ¿Estas loca?, si pasa algo la responsable vas a ser vos, acusó Estela fuera de sí.

Inés haciendo oídos sordos a Estela y la vista gorda a la abuela-vecina, que se lamentaba moviendo la cabeza para ambos lados por tal falta de respeto, sacó la carta del sobre y comenzó a leer en voz alta. Con tanto nerviosismo en el aire las primeras palabras de la carta no las escuchó nadie, pero Inés prosiguió leyendo con firmeza y un silencio sepulcral inundó el pasillo, la carta estaba abierta y su secreto siendo divulgado y nadie pudo dejar de escuchar.

“…yo se que haberte pedido un tiempo para reflexionar es hacer agonizar este final, pero lo que hice no me permite volver a verte a los ojos y tal vez con el tiempo esta decisión la sufra más yo que vos, ayer fui a una clínica que conocía una amiga mía y me quité al bebe, no espero que me perdones, yo ya tenía pensado dejarte cuando esta noticia me tomó por sorpresa, jamás quise tener un hijo con vos y es cierto que me asuste, pero lo que hice, lo hice tras haberlo pensado mucho.

Me voy, porque no soportaría darte una explicación a la cara, no tengo el coraje para enfrentarte. Beatriz”

Inés terminó la lectura y no pudo contener el llanto, la abuela vecina pensó en la criatura muerta y se le inundaron los ojos de lágrimas y Estela miró a sus dos vecinas y lloró junto a ellas. El pasillo era una reunión de almas en pena, que evidenció Javier al salir jubiloso al pasillo con la guía de teléfonos en la mano, señalando con el dedo un nombre en particular y dijo:

- A seis cuadras de acá vive un tal Daniel Belloso, la dirección es Gascón 125 dpto “G”, la nuestra es Gascón 725, seguramente el cartero se confundió el 1 por el 7 o el que la mandó la escribió mal. Ahora podemos llevarle la carta, concluyó airoso.

Pero su entusiasmo por haber encontrado a Daniel Belloso se derrumbó al buscar respuesta en el rostro de las tres señoras.

Inés pasándose las manos por los ojos le entregó la carta a Javier, que la leyó en silencio. Todos se miraban sin saber que hacer o decir, Estela respiró hondo y el silencio permitió que todos la oyeran, tomó el sobre de Inés y se acercó a Javier sacándole la carta suavemente de sus manos sin que este opusiera resistencia, la introdujo en el sobre profanado y la depositó en el buzón del correo librándola a su suerte, dejándola en el interior de una cajita de madera, a la espera de alguien que tenga más coraje que Beatriz y que todos ellos para entregar la carta que se negó a destrozar un alma.

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