Casa de humo

El pueblo era la última parada antes de llegar a la cabaña. Hacía varias horas que estaba al volante y necesitaba comprar algunas provisiones antes de refugiarse en el bosque patagónico, con la necesidad de poder terminar la novela que en Buenos Aires se le estaba negando. Tenía la certeza que la soledad más intima, no la que vivía en la ciudad rodeado de gente, iba a darle la serenidad para volcar en el papel todo o que hacía meses tenía en la cabeza sin poder soltarlo.
Al llegar el pueblo le pareció chico, dos o tres calles asfaltadas y unos pocos negocios cerca de la plaza, la arquitectura era constante, no solo para el lugar sino también para los pueblos que había dejado atrás después de alejarse de Neuquén. Después de viajar por 1500 km de ruta, le parecía que ya lo conocía o tenía la sensación de haber estado ahí.

Dio un par de vueltas antes de encontrar un comercio que suponía de ramos generales, la gran variedad de artículos que exponía en la vidriera lo afirmaban. Prendió un cigarrillo antes de bajar, sin importarle que hacía cinco minutos había apagado uno contra el cenicero del auto, atestado de colillas quemadas. Cada cosa prefería hacerla con un cigarrillo en la boca, podía fumar un atado en una noche si el libro o la compañía eran buenos. Entró a la tienda y saludó, el vendedor le preguntó adonde iba en vez de que necesitaba y él se sorprendió. Pocos turista por acá ¿no? le contestó. Casi no se ven, dijo el vendedor. Voy a una cabaña que esta a unos pocos kilómetros del pueblo a pasar unos días, dijo contundente sin ánimos de dar más explicaciones. Si va para la cabaña de Lopez va atener que llevar una buena cantidad de cosas, nosotros somos lo único cerca que va a tener y estamos a cincuenta kilómetros. Pablo pensó que la cabaña estaba más cerca del pueblo y aunque esa distancia era insignificante comparada a la que había recorrido, sintió que no iba a llegar nunca. El camino esta bueno y el paisaje acompaña de buena manera el viaje, le dijo el vendedor que supo leer el rostro de Pablo. Si, pero mejor me apuro, dijo y llenó con rapidez un canasto con comestibles. Pablo no era una persona que se vinculaba fácilmente y celaba sus sentimientos más que cualquier otra cosa. Cuanto es, preguntó. ¿no va a llevar cigarrillos? Mire que me queda uno solo y hasta la semana que viene no van a traer. No se preocupe, en el bolso tengo dos cartones sin abrir. ¿Cuanto tiempo se va a quedar? Algunos días solamente, contestó Pablo ya con ganas de salir de la tienda. Fuma mucho. Si, dijo, pagó y se fue.

La ruta que salía del pueblo terminaba en el bosque, desde ahí eran unos kilómetros más hasta la cabaña, el camino era de tierra pero el vendedor tenía razón, atravesaba el bosque pero estaba mejorado, como si en algún momento le hubieran pasado una maquina para asentarlo y que no se deformara con las lluvias, tampoco mintió sobre el paisaje, saliendo de Buenos Aires, el panorama que se disfruta desde el auto cambia constantemente, al costado del asfalto, pasan campos, ríos, montañas, vacas, caballos, aves, ciudades y pueblos incontables, pero ahora Pablo estaba dentro de ese paisaje que antes lo rodeaba. No podía creer la inmensidad de los árboles, como podían ocultar al sol que en algunas horas más iba esconderse detrás del horizonte que parecía no existir en ese bosque. Al llegar a la cabaña se sorprendió al verla idéntica a las fotos que había visto por Internet, como si el inconsciente le hubiese susurrado todo el viaje, “cuando llegás en vez de cabaña hay una choza, no tendrías que haber confiado así”, pero el pesimismo de Pablo no lo alegró por completo, vamos a ver como es por adentro, pensó. Prendió un cigarrillo y se dispuso a bajar los bolsos del auto.

Adentro todo estaba trabajado en madera rústica, menos la chimenea que era de piedra y la mesada de la cocina que ostentaba un mármol negro bellísimo, pero que desencajaba con el resto de la cabaña, su único propósito sería un capricho personal, pensó Pablo al verla, de otra forma no podría estar ahí. La mesa del living era enorme, estaba hundida sobre una alfombra blanca de pelo largo que ocultaba uno o dos centímetros de sus patas talladas a mano, y encima tenía una canasta de mimbre repleta de frutas secas. Al principio Pablo pensó que era un centro de mesa, pero al acercarse notó una tarjeta de
bienvenida que lo invitaba a disfrutarla. Andá a alquilar un departamento en la costa por Internet, cuando llegás no sabes lo que te encontrás, que diferente que es la gente del interior, dijo con dos nueces en la mano mientras las apretaba con fuerza.
Guardó las compras en la cocina, dentro de una gran alacena, totalmente vacía a excepción de unos pocos platos y vasos dispares y de mala calidad, dejó los bolsos al costado de un sillón y puso la notbook sobre la mesa. Buscó un cenicero y se alegró al encontrar uno enorme hecho en cerámica, pensó que sería perfecto para pasar la noche escribiendo sin necesidad de levantarse a vaciarlo. Sacó un cigarrillo del paquete y notó que le quedaban unos pocos, quiso buscar los que traía en el bolso, pero desistió porque ya estaba sentado y demasiado ansioso por empezar a escribir, supo que más tarde lo iba a lamentar, tendría que parar de escribir cuando ya esté sumergido en el texto, para ir a buscar los cigarrillos.

La novela ya estaba escrita en su mente, solo tenía que volcarla al papel, el primer capitulo no fue un problema, ya lo había repasado varias veces en el viaje hasta la cabaña y lo escribió de un tirón. Al terminar solo quedaba un cigarrillo en el paquete y aprovechó para ir buscar las reservas de nicotinas que traía de Buenos Aires. Sacó el cigarrillo y lo puso en su boca, arrugó el paquete y tuvo la sensación de que algo estaba mal, caminó unos pasos hasta el bolso y se paró, sacó el cigarrillo de su boca y vió que el filtro no era color amarillo, sino rojo y tenía una letras blancas a lo largo. Lo acercó a los ojos y leyó “Has ganado una casa” buscó un lugar en el sillón para no caerse al piso, mplemente no lo podía creer, su condición de pesimista le hizo pensar en varias hipótesis por las cuales no se haría con la casa, que la promoción ya haya terminado y por eso mandaban el cigarrillo premiado a los kioscos, que la casa eran cuatro paredes en un barrio carenciado, que la casa era muy linda pero tenía que pagar una fortuna para que le den el titulo de propiedad. Buscó el paquete vació y arrugado que había dejado en la mesa, lo arregló un poco y leyó una dirección web para ver los premios y las bases del concurso, levantó la cabeza buscando el teléfono, al lado debía haber un modem wi fi, estaban en un rincón sobre una mesita y se apresuró a encenderlo.
Las bases eran claras, la promoción seguía vigente, la casa parecía hermosa en la foto, solo debía pagar por los gastos de escribanía y precisaba fumar algo con urgencia porque el corazón le latía exaltado. Dejó el cigarrillo sobre la mesa con tanto cuidado como si fuera de cristal, fue hasta los bolsos y abrió el primero, no recordaba donde los había puesto, en los bolsillos no estaban y sacó toda la ropa hasta llegar al fondo sin suerte. Se convenció de que los había puesto en el otro bolso, en los bolsillos de afuera no los encontró y comenzó a repetir, no puede ser, no puede ser. Abrió el cierre a lo largo, levanto el bolso y lo sacudió con fuerza. Cayeron libros, apuntes, cuadernos en blanco, una batería para la notbook, pero ningún cartón de cigarrillos. Me los olvidé arriba de la cama, dijo agarrándose la cabeza con las manos, y se preguntó que carajo iba a hacer sin cigarrillos, una semana en esa cabaña de mierda. Miró a su alrededor como buscando algún lugar donde un anterior inquilina se hubiese podido olvidar un atado de cigarrillos. Descubrió que la cabaña contaba con varios cajones en un modular con tres estantes llenos de adornos y tres más en la mesa del televisor, que no había  percibido cuando entró pero ahora le daban la esperanza de encontrar un poco de tabaco olvidado. Fue hasta el modular, primero examino unos los estantes que tenía a la altura de su cabeza, movió cada uno de los adornos pero detrás no encontró nada más que polvo. Los cajones eran seis, muy amplios y pesados, el mueble era viejo y le costó abrir los primeros, hasta acostumbrarse al peso, pero lo único que descubrió fueron unos manteles y varios sobres con hojas para cartas, olvidados, añejados y amarillos. La frustración lo estaba poniendo nervioso, se pasaba una y otra vez la mano por la cara con fuerza. Le quedaba la mesa del televisor, pero recordó al vendedor del pueblo hablándole de un único paquete de cigarrillos, miró su reloj, seguramente estaba por cerrar, pero si se apuraba por el camino de tierra quizás llegaría.

Al salir de la cabaña, notó que estaba por oscurecer, temió volver de noche del pueblo porque no recordaba haber visto algún tipo de iluminación hasta la cabaña, voy a terminar enroscado en un árbol, dijo cuando le estaba dando arranque al auto. Con poca luz y sin un cigarrillo en la boca el viaje se le estaba haciendo insoportable, intentaba concentrarse en el camino pero repetía en vos alta, no voy a llegar. Seguro que cierran temprano. Este tipo no me va a abrir. Al salir del bosque descubrió que aun era de día y que los árboles le habían tapado la poca luz que existía, eso le dio esperanza de encontrar la tienda todavía abierta. La calle principal hasta la plaza la atravesó a gran velocidad y las pocas personas que estaban en la vereda lo contemplaron con asombro y miedo, como si estuvieran viendo pasar a un caido en desgracia, que corre para llegar a tiempo hasta a un hospital o algún lugar para salvar su pena.

Desde la esquina se dio cuenta que la tienda estaba cerrada y golpeó el volante con fuerza, estacionó y respiró hondo antes de bajar. Una mujer que pasaba lo contempló con curiosidad como si hiciera mucho tiempo que no veía un rostro extraño. Discúlpeme señora, no sabe donde puedo comprar cigarrillos a esta hora. Lo único que tiene abierto es la estación de servicio de la ruta, pero desde ayer que no tienen cigarrillos. Y el señor de la tienda, no sabe donde vive. Pablo no dudó en tocarle el timbre, el mismo hombre que por la tarde le ofreció amablemente el último paquete de cigarrillos que le quedaba, le explicó con algo de desconfianza, porque no comprendía muy bien que estaba haciendo él en la puerta de su casa, que ya lo había vendido y que por unos días no iba atener. Pablo fue hasta el auto y cerró la puerta con vehemencia, manejó hasta el bosque sin dejar de putear mientras la noche se cerraba en el cielo. Era la tercera vez en el día que recorría el camino del bosque, pero esta vez no veía nada, solo unos metros hacia delante las luces del auto le descubrían parte del terreno, los nervios le estaban comiendo el estomago y no podía dejar de pensar que necesitaba un cigarrillo. Llegar a la cabaña le tomó mucho más tiempo que por la tarde y lo terminó de agotar. Dejó el auto abierto y fue directo a los cajones de la mesa del televisor que le quedaban sin abrir, pero tampoco tuvo suerte. Cerró los puños y se abrazó el cuerpo con fuerza, volvió a respirar hondo y creyó que lo mejor era dormir. En la habitación descubrió dos mesas de luz y no dudó en abrirlas, pero ni siquiera tuvo la gentileza de cerrarlas al encontrarlas vacías, se tiró en la cama y solo se sacó los zapatos y se dejó vencer por el sueño. 

El domingo lo despertó temprano con ruidos de animales que no sabía que existían, tenía la sensación de haber fumado, como si hubiese soñado toda la noche que estaba en la Habana entre rondas de ron y puros. Fue al baño y después al living, el cigarrillo premiado parecía haber estado esperándolo, se sentó, apoyo el mentón en la mesa y lo miró por un rato, lo tomó y se lo llevo a la boca, lo saboreó por un instante y lo dejó sobre la mesa parado sobre el filtro, sentí que debía fumarlo, pero no se podía permitir perder una casa, lo sopló y lo derribó contra la mesa. Fue hasta la cocina y preparó el desayuno, intentó repasar la novela pero no podía dejar de pensar que ese cigarrillo de filtro rojo lo podía aliviar. Desayunó y se mordió los labios para no encenderlo, creyó que ahí dentro se iba a volver loco, se vistió con ropa cómoda y salió a correr por el bosque. Notó que el aire era muy distinto a la ciudad, se disfrutaba al respirar, en purezas y fragancias raras, pero lo incentivaban a fumar en la inmensidad el bosque, corrió sin parar como si escapase de algo, hasta que las piernas y sus pulmones gastados lo obligaron a tirarse al piso para poder dejar de jadear. Se recuperó como pudo e intentó trotar un poco más, pero no lo soporto por mucho tiempo, volvió a cabaña cansado como quería y con la mente despejada de nicotina. Tomó un gran trago de agua, y se sentó frente a la computadora transpirado y todavía respirado forzado, quiso retomar la novela, pero todo lo que se le ocurría eran personas fumando. Corrió la nootbook de enfrente y volvió a fijar la vista en el cigarrillo. Se le ocurrió que tal vez solo precise el filtro para que le den la casa, se apresuró a consultar las bases y descubrió que el cigarrillo debía estar en perfecto estado. Bufó fuerte mientras se pasaba la mano por la cabeza, se paró y caminó por la habitación, hasta que se le ocurrió que si podía cortar el  cigarrillo, podía darle una pitada y después seccionarlo para que nadie note que le faltan dos milímetros. Buscó algo con que cortarlo y encontró en la cocina un cuchillo lo bastante afilado, pensó en encerrar el cigarrillo entre dos libros, poniendo los lomos contra la mesa dejando solo la parte quemada del cigarrillo expuesta para que baje la hoja del cuchillo por los bordes de los libros y complete el fraude. Meditó cuantas pitadas podía darle y concluyó que solo podía encenderlo, el problema era como lo iba apagar, no podía apretarlo contra el cenicero, y se le ocurrió hacerlo con agua, volcó unas cuantas gotas sobre la mesa y trajo dos libros. Puso el cigarrillo en a boca y no pudo encenderlo, lo tomó entre su dedos y lo miró un instante, cerró los ojos y lo encendió, pitó con delicadeza, sostuvo el humo en los pulmones y con rapidez lo llevo hasta el agua apenas apoyándolo lo suficiente para apagarlo, soltó el humo y sintió el placer de haber fumado un paquete completo, encerró el cigarrillo entre los libros y bajó con un golpe seco el cuchillo. Lo volvió a tomar entre sus manos y se convenció de que la casa seguía siendo suya.

Volvió a la novela, solo pudo escribir unas cuantas líneas, cada vez miraba el cigarrillo por más tiempo y las ganas de fumarlo volvían a arrebatarlo. Encendió el televisor y se entretuvo por un rato, pero solo pensaba en como podía fumarlo sin que nadie lo note, salió de la cabaña y juntó pasto, lo picó muy finito y luego lo secó con papel, tomó el cigarrillo con las yemas de sus dedos y comenzó suavemente a desarmarlo, al cabo de unos segundos comenzó a salir un poco de tabaco y lo reservó a un costado. Pensaba vaciarlo, rellenarlo con pasto y poner en la punta un poco de tabaco para que nadie note la diferencia, luego se fumaría el tabaco en una hoja de papel, pero sintió el papel del cigarrillo deshacerse por la fricción y se acobardó, volvió a rellenarlo con el tabaco y puteo en voz alta. Volvió al televisor enojado y frustrado, al pasar una hora pensó que lo mejor era comer, luego razonó que después de comer, las ganas de fumar le iban a rasgar el pecho, salió otra vez afuera, gritó fuerte al bosque, y volvió a entrar, descorcho una botella de vino y la tomó entera mientras pensaba, que tenía que aguantar solo ese día, había decidido levantarse temprano el lunes y manejar hasta que encontrase cigarrillos, ahora solo quería emborracharse para poder dormir, tomó una botella más y antes que anochezca estuvo tirado en la cama. 

Se despertó y miró el reloj, era la madrugada y faltaba mucho para que amanezca, todavía estaba borracho y no pensó que faltaban algunas horas para que pudiera conseguir cigarrillos, solo pudo pensar que hacía casi dos días que no fumaba. Fue hasta el living arrastrando una frazada, sirvió un vaso de vino y tomó el cigarrillo entre sus dedos, se acomodó en el sillón con la frazada, tomó un sorbo de vino, lo encendió y le pareció ver una ventana junto a una puerta que se dibujaban en el humo que se perdía por el la habitación.

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