El difunto

Una vez creí soñar mi velorio, todos mis familiares   y   amigos    estaban    alrededor   del    cajón    mortuorio despidiéndose de mi, dándome sus lagrimas y sus dolores, yo podía ver todo lo que ocurría como si fuese otro más de los afligidos parientes. Ubicado a la derecha de mi tío Andrés, contemplaba mi cuerpo inerte vestido con un traje que en vida jamás hubiera usado y pensaba – Estoy muerto – pero la muerte no parecía sorprenderme, si hubiese dejado de fumar a tiempo, tres atados de Jockey por día era demasiado.  

Es increíble como uno en los sueños tiene conocimiento de todas las cosas que acontecen,  sabe fehacientemente lo que piensa cada uno de los personajes que habitan en el subconsciente, tal vez la respuesta sea ese mismo subconsciente, que representa una determinada obra de teatro y nos facilita el guión de una forma tan subliminal, que nos parece increíble saber que siente un personaje de nuestra imaginación, porque cada una de las personas que están en mi velatorio, aunque se parezcan a mis parientes y amigos, no lo son, cada uno de ellos está en su casa durmiendo o mirando televisión o lo que sea, no son realmente ellos los que están llorándome alrededor del cajón, sino imágenes creadas por mí, tan perfectas que lo engañan a uno mismo, haciéndole creer en ese momento que todo es verdadero, que cada palabra que escuchamos es pronunciada por esa persona, que ahora está en mi velatorio y no en su casa durmiendo y cada acción que hagamos nos llena de sensaciones tan reales como el dolor y la alegría, convenciéndonos de que todo es real, pero a veces, vaya a saber uno por que, nuestra mente pierde credibilidad sobre lo que nos esta mostrando y tomamos conciencia de que estamos soñando, dotados de esa cualidad tan maravillosa, nos movemos a nuestro antojo por los sueños y hacemos lo que nos plazca, hablamos de lo que queremos y hasta recordamos momentos de la vida real si es necesario, pero una sola cosa nos condiciona y nos limita a no hacer locuras, que bien podríamos hacer contenidos dentro de un sueño, y es que en ningún momento tomamos conciencia de que las personas que vemos, son productos de nuestra imaginación.   – Te vas a morir – me decía Mercedes, cada vez que me despertaba por la madruga y fumaba un cigarrillo antes de volver a la cama, recuerdo que ella abría los ojos y me veía en la oscuridad sentado en el living, casi desnudo, iluminando mi cara a cada pitada, - es para relajarme, sino, no puedo dormir -  ella volvía a cerrar los ojos y se dormía murmurando profecías que jamás me preocuparon.

Dejé la sala donde yacía y encontré en la habitación continua a Gerardo, quien había adoptado la postura de las personas que dan por hecho un desenlace esperado antes que este ocurra y mi muerte parecía no atormentarlo, la aceptación de las desgracias es el primer paso para sobrellevarlas y Gerardo desde su amistad de años parecía pensar solo en los que yo había dejado, cumpliendo con su amistad y promesas contenía a Mercedes en un sillón fuera de la sala fúnebre, – No la dejes sola hermano, dije alguna vez entre sonidos roncos de un pecho desbastado - su entereza me tranquilizó, tuve la certeza de que Mercedes había quedado en buenas manos y que no pasaría sola por centenares de cafés de madrugada, sentada en la mesa del comedor viendo a través de la puerta del dormitorio, una cama vacía llena de proyectos y promesas que jamás se cumplirán. Y que encontraría en el tiempo la cura para heridas que tardan años en cicatrizar y así volver a vivir y dejar de tomar el lugar del muerto, ese lugar fúnebre que ocupan las personas que quedan ligadas de tal manera al difunto, que adoptan en un intento frustrado de retenerlas, sus mañas, sus palabras, algunos objetos queridos y la más terrible de sus cualidades, su muerte y dejan de vivir, se convierten en fantasmas grises que se encomiendan a la rutina como único medio de vida, pero cuando las horas del trabajo se acaban y el regreso al hogar es inminente, los fantasmas se vuelven mas grises todavía y sin más que la depresión, se echan a llorar junto a recuerdos que poco a poco se borran de la mente, de forma tan progresiva, que el fantasma, con el paso de los días, ya no logra recordar la voz de su muerto y hasta a veces el rostro del fallecido se escapa de la imaginación del espectro, y solo vuelve, con sus risas y sus rasgos, cuando el tiempo hubo abolido las cicatrices de la muerte y el fantasma gris deja de ser el muerto, para soltar al difunto a su suerte en un mundo que ningún ser vivo conoce.
  
Beto interrumpió el silencio de la sala de descanso sirviendo café a quienes ya no podían permanecer despiertos por si mismos, Mercedes y Gerardo tomaron uno cada uno de la bandeja, al igual que mis otros parientes y amigos que fumaban contra la pared  del fondo de la habitación donde terminaban la sillas, ya tiene azúcar, explicaba Beto a quien tomaba una taza de la bandeja,  algunos le agradecían y otros solo asentaban con la cabeza y volvían a fumar o mirar el piso, yo seguía con atención el camino que llevaba la bandeja y observaba a cada una de las personas que estaban en mi velorio, muchos eran realmente muy queridos por mí y otros no tanto y algunos solo eran vecinos del barrio que habían pasado a dar el pésame y parecían no atreverse a entrar a verme, se conformaban con saludar a las personas cercanas a mí y comentar frases hechas en los rincones de la casa mortuoria, la bandeja de café terminó la ronda y la seguí vacía de vuelta a la pequeña cocina donde la esperaba más café hirviendo y alguna que otra galletita, pero me detuve al pasar la vista nuevamente por la imagen de Mercedes – Vos sabías que esto iba a pasar, le decía Gerardo, es mejor así, fue todo muy largo y doloroso- Mercedes solo movía la cabeza aceptando respuestas casi sin escucharlas, ,- tenés que comer, es muy duro el tratamiento.  No tengo hambre-,  -¿querés que te busque más azúcar? pregunto Gerardo. Gracias,  está bien así,  contestó Mercedes.

El café había traído algo de vitalidad a las personas en pena de la habitación, un leve murmullo se comenzó a oír detrás de mí, dejé de contemplar a Mercedes y me volteé para ver quienes eran los que estaban hablando en la sala y por uno de esos pasajes inexplicables de los sueños volví a verme muerto en el cajón, otra vez en la sala mortuoria, ahora acompañado por mis primas que lloraban sentadas junto al ataúd, bajo la mirada del tío Andrés y mi madre que estaba inmóvil sin poder emitir un solo llanto, lo ojos rojos, ya vacíos de lagrimas, estaban perdidos en el cajón buscando explicaciones divinas, la sala ya no era tan nítida y no podía ver sus paredes, todo parecía envuelto en humo y yo observaba desde una altura más alta que la de mi estatura, Andrea negaba con la cabeza los hechos y mi otra prima la consolaba con un brazo sobre los hombros y con la otra mano sostenía la mía, fría como el hielo, -No se merecía sufrir tanto- decía Andrea, -No- contestaba mi otra prima, la quimioterapia lo está consumiendo, no lo puedo ver así. ¿Que dijo el médico?.  No se achico.  Mi tío Andrés camino unos pasos hasta el cajón, envolvió a Andrea con sus brazos y la condujo a la sala continua seguido por su otra hija y nos quedamos solo los tres, mi madre, yo y el muerto, me acerqué a verme y sentí por primera vez pena, no quería estar sin vida, intenté despertarme a gritos pero no logré abrirme los ojos, mi madre se paró a mi lado e intentó lo mismo apretando mi mano fuertemente y diciendo entre dientes respirá Manuel, respirá, pero yo ni siquiera hice el intento, podía ver la desesperación en los ojos de mi madre clavados en los míos cerrados, desde una altura un poco más alta, casi sin percatarme que estaba por encima del cajón sin perturbarlo, flotando en el aire, estiré mi mano hacia mi madre pero ella no la notó, seguía mirándome a los ojos cerrados y sin soltar mi mano cadavérica, creí que me despertaría en ese momento, que mi subconsciente me alejaría de ese penar y me llevaría otra vez a mi cama junto a Mercedes,  decile a la enfermera que me de más morfina.  Tratá de levantarte un poco Manuel, yo te ayudo.  Me duele no entendés,  pero no pude despertar ni cambiar de sueño, seguía torturándome con la imagen de mi madre destruida por mi muerte junto a mi cuerpo inerte, intenté escapar de esa habitación, pero el humo se había vuelto más pesado y no encontraba la puerta, busqué entre las tinieblas y me mezclé en el humo blanco sin poder ver hacía delante, volví la vista al centro de la sala y mi madre seguía intentando reanimarme, amenazada sin darse cuenta por la neblina que no dejaba de crecer y cubrir toda la habitación, mamá le grité y ella comenzó a llorar con su cabeza contra mi pecho vapuleado por la nicotina, volví a gritarle y la neblina me ocultaba ya parte de su imagen, me desesperé, quise despertarme, correr hacía ella, decirle que estaba vivo, que ella no era ella y que yo estaba soñando, pero nada de eso pude, mi madre no me escuchaba y mis nervios me desorientaron, despertate, estoy soñando me grite en vano cuando la niebla colmó casi por completo la habitación, había perdido de vista a todos, no distinguía el piso del techo, la habitación parecía enorme, me movía desesperado tratando de salir de allí, no podía ni siquiera encontrar las paredes de la sala, completamente asustado giré sobre mi espalda y pude ver la silueta de Mercedes que junto a Gerardo abrazaban a mi madre y la perdían en la espesura de la neblina, en ese segundo todo fue blanco, nada podía ver ni oír,  solo en ese momento comprendí que no estaba dormido. 

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