Historia de hospital

La mujer lo tomaba de la mano con fuerza mientras caminaba cargada de angustia, junto a la camilla que empujaba un jovencito vestido de celeste, las pocas personas que se encontraban en el pasillo central del hospital simulaban  no ver, los avergonzaba el penar de la mujer, pero al correrse del paso para no estorbar, tímidamente le echaban un ojo a la camilla sintiendo que contemplando al enfermo, por curiosidad o por acto reflejo, se entrometían en las desgracias ajenas.  Alfredo acostado sobre la camilla pudo percibir del pasillo un blanco absoluto y una extensión casi infinita, a sus oídos llegaba un murmullo constante, pero jamás pudo ver a otra persona más allá de su esposa y del camillero, quería no pensar, intentó fijar la vista en el techo del corredor pero los tubos de iluminación pasaban unos tras otros sobre su cabeza cegándole los ojos y  lo obligaban a desviar la vista, para encontrarse  con el miedo que su esposa no podía disimular en su rostro.  No me va a pasar nada, gordita, le decía con la voz casi ausente, no hables, le contestaba su mujer besándole la mano.

El camillero se detuvo frente al ascensor seis, esperaron unos segundos hasta que la puerta se abrió delante de ellos, con una hábil maniobra, el jovencito vestido de celeste introdujo al paciente dentro del ascensor, el ancho de la puerta retrasó a la mujer, pero antes que terminara de cerrarse, pudo volver a ganar un lugar al lado de su esposo.  Se acercó un poco a su rostro, lo contempló de cerca,  sus ojos reflejaban el mismo temor a perderse, a no volverse a ver después que el camillero traspase la puerta del quirófano, sus miradas se mantuvieron firmes en los ojos del otro, hasta que una lagrima que no pudo contener mojó la nariz de su esposo, él pudo sentir el impacto de la gota sobre su nariz pero no pudo sentir la humedad de la lagrima, intentó levantar el brazo para secar los ojos de su esposa pero fue inútil, ni siquiera tuvo fuerzas para acariciarla, quiso decirle cuanto la quería, que el iba a estar bien y que no la iba a dejar sola con los chicos, pero ya no podía hablar, se dejó vencer sobre la camilla, cansado y gastado solo podía ver a su mujer masticando su penar con desesperación.

El indicador luminoso del ascensor mostró el nivel "segundo subsuelo" y la puerta se abrió automáticamente, el corredor de quirófano le pareció aun más blanco que el anterior, casi estéril y silencioso, solo se podía escuchar el ruido de las ruedas mal aceitadas de la camilla. Se detuvieron frente a una puerta de madera que solo pudo percibir cuando la tuvo a sus pies, el camillero miró a la mujer y le dijo que tendría que esperar allí y le mostró con el dedo estirado unas sillas en hilera contra la pared muy cerca de la puerta.  Si podía darle su corazón se lo arrancaba en ese momento y lo ponía sobre la camilla, “este corazón póngale doctor, yo me siento a morir acá, no me importa, solo manténgame viva hasta saber que salió bien de la cirugía”, pero era imposible, solo pudo apretarle la mano muy fuerte y besarlo en los labios con tanta delicadeza como tristeza, el camillero inmune a las tristes despedidas, empujó la camilla con poca sutileza para indicar que el tiempo se había agotado, el paciente tenía que entrar a quirófano en ese momento, ella lo vio traspasar la puerta de madera, se sentó tomándose la cara con las dos manos y soltó el llanto que ya no podía reprimir.

Su cuerpo desnudo sobre la camilla reflejaba la imagen de un cadáver, tan pálido estaba, que el cirujano para infundirle animo bromeó con la idea de que iba a operar un fantasma, pero él ni siquiera lo escuchó, estaba aterrado, sabía que se iba a morir, vio a una persona acercarse e inyectar el suero que colgaba a su lado, todo a su alrededor era muy extraño y parecía ajeno a él, en vano el anestesista intentó hablarle para distraerlo mientras la anestesia hacía efecto, su cuerpo tan cansado sucumbió a sus efectos con el primer goteo de la droga, tan rápido quedó dormido sobre la cama de quirófano que el cirujano prefirió esperar un tiempo prudencial antes de empezar a  operar.

Temblaba como una hoja cuando despertó, envuelto en dos frazadas sobre una cama de hospital no podía calentarse el cuerpo, sus dientes tiritaban de frío, tanto que tardó unos minutos en darse cuenta que estaba vivo, cuando se percató de su existencia no se atrevió a moverse, su mente estaba aun confusa, después del quirófano solo recordaba neblinas blancas muy espesas y voces lejanas in entendibles, pero sus ojos bien abiertos delataban su presencia.

-       Es el efecto de la anestesia, escuchó decir desde muy cerca. No era la voz de su mujer sino la de un hombre la que le hablaba, movió la cabeza en dirección a la voz y descubrió a una persona acostada en la cama de al lado, lo miró por un instante sin responder, todavía su mente no estaba lucida como para interpretar rápidamente los hechos.

-       Te trajeron hace un rato, me llamo Oscar, le dijo levantando un poco la mano intentando saludar.

-       yo soy Alfredo, contestó cuando al fin comprendió que estaba internado en una habitación ordinaria del hospital junto a otro enfermo.  Esto lo revitalizó, le sacó de un tirón todo el frío que sentía abrazado a sus huesos, ya que recordaba al cardiólogo de la guardia del hospital decir que después de la operación de urgencia iba a tener que estar varios días internado en la terapia intensiva del hospital, el recuerdo del cardiólogo hablando con su mujer le vino como un flash fotográfico a la cabeza y directamente su mente derivó en  su esposa.

-       ¿Pudo ver usted a mi mujer?

-       No, lo trajeron solamente a usted, contestó el otro enfermo dubitativo.

Alfredo se quedó pensando en silencio, le parecía sumamente extraño que su esposa no pasara la noche junto a él a la espera de que despierte.

-       No la deben haber dejado quedarse, esta es una habitación de hombres y no permiten que las mujeres se queden fuera del horario de visita, le dijo para tranquilizarlo mientras lo contemplaba con pena, y no se animó a decirle nada más, no tenía el suficiente valor para contarle.

-        Quizás este esperando en alguna sala de espera, debe estar muy angustiada, ¿cómo puedo llamar a la enfermera?.

-       No se puede, dijo Oscar después de pasar unos segundos en silencio buscando las palabras adecuadas en su interior, ellas no vienen.

Alfredo no se alarmo ante semejante negligencia de las enfermeras sino que le pareció irrisorio y difícil de creer que una enfermera no atendiera a un paciente recién operado del corazón, y sin hacer eco de las palabras de su compañero de cuarto se dio vuelta en la cama buscando el teléfono de la mesa de luz, estiró su brazo pero el tubo del teléfono estaba unos centímetros más allá de sus dedos, fastidioso por no alcanzarlo corrió las frazadas de un tirón y se sentó en la cama, Oscar lo seguía desde la suya solo con la mirada, sin interrumpirlo, esperando que se diera cuenta. 

Alfredo sentado en la cama con las piernas colgando hacía afuera a punto de tomar el teléfono, se detuvo, lo miro a Oscar, se miró las piernas y se llevó las manos al pecho, desabrochó el pijama que traía puesto y descubrió una enorme cicatriz en su pecho desnudo, se volvió a abrochar el pijama como con vergüenza y se metió nuevamente en la cama con el rostro lleno de dudas.

-       ¿Hoy que día es? Preguntó mirando el techo.

-       Viernes.

-       ¿Pero que fecha?

-       Viernes veintitres

-       ¿De septiembre?

-       Si.

-       Entonces, dijo y se callo por un momento, luego prosiguió mirándose las manos, a mí me operaron ayer de urgencia, estaba con un pie acá y otro con San Pedro ¿cómo puede ser que esté tan bien? Cuando operaron a primo Julio del corazón por unos días no podía ni hablar.

Oscar sintió que era el momento oportuno pero no lo aprovecho, lo miraba desde su cama esperando que él se diera cuenta solo, que lo libere de la dura tarea de decirle.



-       No he de haber estado tan mal entonces, dictaminó después de estar un rato meditando.

-       Puede ser, cada cuerpo es distinto, dijo Oscar con una sonrisa esbozada en la boca y un gesto sutil de lastima en las manos.

-       Tengo que llamar a mi esposa.


Decidido se volvió a sentar en la cama, tomó el teléfono con firmeza y marco el número de las enfermeras que estaba escrito a un costado del aparato.



-       Hola, contestaron del otro lado de la línea.

-       Hola, si, soy Alfredo Alberti estoy en la habitación..., dudó por un instante buscando el número de habitación en algún lado, prefería no preguntarle a su compañero, hasta que lo encontró sobre el respaldo de su cama, si disculpe estoy en la habitación trescientos dos…

-       Hola, repitieron

-       Hola, si, soy Alfredo Alberti…

-       Hola, repitieron otra vez.

-       Me cortó, no me escucha, esta porquería no funciona, dijo Alfredo.

-       Te dije que no se podía llamar a las enfermeras, dijo oscar.

-       No, me dijiste que ellas no venían, dijo Alfredo subiendo el tono de voz, que es muy distinto a que no se las pueda llamar porque no funcionan los teléfonos.

Luego inclinó la cabeza con ímpetu hacia delante, ostentando bajarse de la cama de un salto, pero dudó de su condición aparentemente saludable, y se afirmó primero con un brazo sobre el colchón de su cama, para poder apoyar con cuidado la pierna derecha en el suelo, sintió el piso helado bajo su pie descalzo pero no tuvo miedo a perder el equilibrio, más confiado aun, puso su otra pierna en el piso y con un leve movimiento se separó unos centímetros de la cama, erguido frente a su compañero de habitación se maravillaba de su condición física, no podía creer que estaba parado por sus propios medio unas horas después de haber sido operado del corazón.  Se miraba los pies y se tocaba el pecho al mismo tiempo que  sonreía incrédulo, caminó hacía la puerta de la habitación, los primeros pasos fueron inseguros pero se fue afianzando antes de alcanzar la puerta, al llegar se detuvo frente a ella y giró su cabeza para observar a Oscar, este lo miraba con pena sabiendo con lo que su compañero se iba a encontrar.  Alfredo tomó el picaporte lo giró con firmeza y empujó la puerta, pero esta no abrió, sorprendido y desconcertado se apartó un paso hacía atrás, miró el picaporte y como estudiando el problema lo movió de arriba hacía abajo varias veces con suavidad, y otras más con fuerza y bronca hasta darse cuenta que la puerta no iba abrir, encolerizado se dio vuelta hacía Oscar y lo increpó a que le dijera que estaba pasando, le gritaba y más se enfurecía y como reflejo de su enfermedad, en cada grito se tomaba el pecho con signos de dolor aunque realmente no le dolía.  Oscar se paralizó, no sabía como contenerlo, no había tenido el valor de decirle la verdad, ahora se le estaba yendo todo de las manos sin poder cumplir con lo que le habían mandado a hacer, se lamentó haber dejado pasar la oportunidad, cuando Alfredo, tomó cierta conciencia de su estado de salud por primera vez, ahora era tarde, no tenía más remedio que seguir con la mentira hasta las últimas consecuencias.

Primero intentó calmarlo hablándole con serenidad desde su cama, pero Alfredo no pudo oír por el nerviosismo en que había entrado, decidió acercarse hacia él, se bajó de la cama de un salto y camino unos pasos hasta Alfredo, este lo miraba aproximarse y no entendía, no estaba bien que un internado de hospital tuviera esa agilidad, era anormal, y con cada paso de Oscar sus nervios iban cediendo ante el miedo que le provocaba la salud de su compañero enfermo.  Cuando lo tuvo a un paso de distancia este se detuvo, lo miró y Alfredo percibió su miedo, le puso una mano en el hombro con cautela tratando de no asustarlo aun más y le dijo, no te asustes en este piso del hospital es así, acá ponen a los internados que estamos relativamente bien y las enfermeras como son todas unas viejas de mierda no quieren trabajar, no te atienden por teléfono y encima cierran la puerta con  llave para que no las vayas a buscar, seguro que no pensaban que vos te ibas a despertar de la anestesia en medio de la noche, se les tiene que haber pasado, pero quedate tranquilo que en un rato hacen la recorrida de los medicamentos y abren la puerta.  Y van a ver cuando la abran, dijo Alfredo resignado a esperar, les voy a meter un juicio que van a tener que vender este hospital de mierda para pagarme, van a ver.  Tranquilizate, che, dijo como concluyendo la discusión Oscar, acordate que te operaron del corazón, ponerte así te puede hacer mal. Y el brazo que tenía en el hombro de Alfredo se fue desliando por su espalda hasta abrazarlo y lo llevo despacio y en silencio hasta acostarlo nuevamente en su cama, Alfredo iba maldiciendo en vos baja y al pasar por la mesa de luz tiró un florero que no pudo defenderse contra el piso,  a ver si con el ruido vienen estas hijas de puta, no quiero taparme así por arriba estoy bien, gracias.

Oscar volvió a su cama sabiendo que ninguno de los dos iba a poder dormir, Alfredo por lo nervioso que estaba y él porque solo le quedaban algunas horas de agonía a las mentiras que habían envenenado la mente de su compañero en contra de las enfermeras.

Con la cabeza recostada sobre la almohada y los ojos bien  abiertos, Alfredo no podía sacar la vista de la puerta a la espera que entre alguna enfermera, repasaba una y otra vez en su cabeza lo que les diría, no quería dejar nada librado al azar, pensó en todas la respuestas que las enfermeras le podían llegar a dar, no había pretexto alguno que pudiera justificar la negligencia que se había cometido, esto no es un hospital, esto es un manicomio, repetía en voz muy baja.

A las siete en punto Alfredo escuchó una llave en la cerradura, se sentó de un solo impulso en la cama, se llenó de rabia y clavó los ojos en la puerta que se abría sin culpa,  Oscar dejó que los hechos se dieran por si solos, solamente se dispuso a ponerle el hombro a su compañero de habitación cuando todo pasara y no quesara otra cosa más que la contención.

La enfermera entró en la habitación, miró hacia la cama donde Alfredo la esperaba furioso y quedó perpleja, Alfredo no  esperaba esta reacción, de todas la hipótesis que había repasado en su cabeza durante la noche, en ninguna cabía la posibilidad de que se lo quedasen mirando, pensó por un instante que la enfermera esperaba verlo dormido, todavía bajo el efecto de la anestesia, y ahora se estaba dando cuenta que se habían equivocado, que habían metido la pata hasta el fondo, pero la expresión en el rostro de la mujer no era de miedo o culpa por haber cometido un error de esas magnitudes, sino que era de asombro y duda, Alfredo buscó enfrentar sus ojos con los suyos y descubrió que la enfermera no lo miraba directamente a él, en cambio mantenía la vista perdida en la cama donde él permanecía sentado.  Otra enfermera más gorda y más vieja entró apresurada, miró las paredes y las camas como buscado algo, contempló por un momento el florero destrozado en el piso, luego se volvió hacia su compañera, no te dije que esta habitación la arreglaba yo, Alfredo miraba con atención sin entender la situación, la primer enfermera ni siquiera la miró, mantuvo la vista firme en la cama de Alfredo cuando le contestó, te juro que yo esa cama la hice ayer a la tarde cuando tomé el turno, y eso no estaba roto, la luz, estoy segura que la apagué antes de cerrar la puerta con llave y la llave la tuve yo toda la noche, hizo una pausa enorme en su argumento y concluyó, acá no pudo haber entrado nadie a hacer este desastre. ¿Vos sos nueva acá no?  Preguntó la enfermera más gorda y más vieja. Si, respondió la primera tratando de entender la pregunta.  Después de respirar hondo, la enfermera gorda y vieja le dijo, en esta habitación solo internamos pacientes que no van a pasar la noche, y después que se van la cerramos con llave, hizo una pausa para acercarse un poco más a su compañera y en vos más baja continuó diciendo, porque dicen que de noche se escuchan voces, que aparecen las camas revueltas, que...

Alfredo dejó de prestarles atención a medida que su rabia se perdía por la habitación y un sentimiento de angustia le arrebataba el corazón, entendió que ya no tenía sentido tomarse el pecho con las manos y miró a Oscar con los ojos tristes.  Me podías haber dicho, ¿no?.   

Comentarios