Juan en el Infierno

El Diablo se despidió de mí luego de explicarme algunas cositas y yo no supe que hacer, tuve miedo de ser el Diablo y que alguien me descubriera y me quisiera pegar, pero la gente pasaba por al lado mío sin notar que Satanás había ascendido a nuestro mundo, eso me tranquilizó bastante, pero seguía sin poder moverme de la esquina donde el Diablo me había encargado encarecidamente el Infierno.
 Noté con asombro que todo se ve distinto con los ojos del Diablo, en realidad es igual pero distinto, es como si pudiera ver la esencia se las personas. Cuando la seguridad de que nadie me reconocía me devolvió el alma al cuerpo, alma que por mucho tiempo no duraría conmigo, me detuve en las personas, no con miedo sino con curiosidad porque podía verles su esencia, sus sentimientos, sus deseos. Si pasaba una señora podía ver como era de codiciosa, de malvada, de celosa, si estaba contenta o amargada, era una experiencia maravillosa, sobretodo cuando pasó una chica muy bonita que dejaba un rastro de lujuria y pasión al caminar muy estimulante, que hacía volar mi imaginación, pero recordé lo que me había dicho el Diablo sobre los pensamientos y quise poner mi mente en blanco, pero no pude, todo tipo de imágenes se me pasaban por la cabeza y tenía miedo que se cumplieran, pero al cabo de un rato comprendí que sucederían si yo quería que sucedieran en realidad y me di cuenta también, que podía ver la esencia de cada persona pero no podía contemplar la mía.  
 Me decidí a avanzar, no podía pasar un año en esa esquina, así que me dije:
 -         ¿Adónde voy?.
 -         Si soy el diablo no quedan muchas opciones para elegir.  Me respondí.
 Entonces cerré mis ojos y pensé: al Infierno y en el Infierno los abrí.  Yo leí la Divina Comedia, pero esto no tenía nada que ver, ni siquiera las películas se acercaban a este Infierno, todo era tenebroso y bastante oscuro iluminado solo por pequeñas luces amarillentas que colgaban de las paredes del corredor donde me encontraba, siempre de a dos y enfrentadas a lo largo de aquel pasillo que parecía interminable para cualquiera de las dos direcciones que tomase, y un olor nauseabundo reinaba en el lugar.  Me decidí a ir en la dirección que vi por primera vez cuando abrí los ojos y a cada paso me repetía:
 -         Yo soy el Diablo, nada me va a pasar.  Yo soy el Diablo nada me va a pasar
 Una y mil veces lo repetí hasta que llegué a una intersección con otro pasillo donde salió a mi encuentro una criatura espantosa y la sangre se me heló en las venas, entonces dije:
 -         Hay la puta madre
 -         No lo esperábamos tan pronto, señor.
 -         ¿No?
 -         No, creíamos que tardaría un poco más.
 -         ¿Si?.
 -         Si, como le fue con el infeliz ese.
 -         ¿Qué infeliz?.  Pregunté intercambiando el miedo por la bronca.
 -         Ese, que la señora lo traía cagando.
 -         ¿Cuál?.  Volví a preguntar lleno de ira
 -         ¿Cómo es que se llamaba?... eh... Juan... hay, no me acuerdo el apellido.
 -         Bien, Respondí mordiéndome los labios.
 -         ¿Quiere comer algo?.
 -         Si, me gustaría.
 Y la cosa esa me llevó hasta un gran salón donde había una mesa enorme con muchas sillas y todo el lugar estaba iluminado por las mismas luces que había en los pasillos, las lámparas colgaban de las paredes que estaban adornadas con estatuas horribles que no pude comprender, y ni una sola ventana había en las paredes que ventilara el olor espantoso, que por cierto era muy parecido al de Mataderos por lo cual me acostumbré rapidamente.   
 Me senté en una silla enorme, como una especie de trono adornado con figuras raras y símbolos que estaba ubicada al centro de la mesa, que por cierto era realmente cómoda y confortable, pero sobre todas las cosas me sentí poderoso sentado al frente del infierno, hacía mucho tiempo que no me sentía importante y en esa cena recuperé algo de dignidad y no me importó que fuese bajo un disfraz o que me haya costado el alma.
 Por la entrada del salón se manifestaron  varios demonios que venían a darme la bienvenida y compartir la cena con su amo, uno a uno fueron entrando, me saludaron y se ubicaron a mis lados, creo yo que por orden jerárquico.  La cosa esa que me recibió en el pasillo comenzó a poner la mesa y posteriormente la sirvió acompañado por varios ayudantes, mientras ellos se ocupaban de la mesa varios de los comensales se dirigieron a mí:
 -         Y jefe ¿todo bien?.
 -         Eh... si.
 -         Llegó antes de lo previsto, ¿no?.-  Dijo quien estaba a mi izquierda
 -         Si, fue rápido.
 -         Pero ¿el alma se la quitó?.  Prosiguió
 -          Hasta dentro de un año.
 -         Ah, se la quitó entonces.
 -         Hasta dentro de un año, dije.  Afirmé mirándolo a los ojos.
 -         Si, hasta dentro de un año. Dijo bajando la mirada.
 Y yo sentí a mi ego reventar y me convencí que por un año sería el amo y señor del Infierno, situación que me decidí a aprovechar con mucho empeño.
 La cena prosiguió entre charlas a los gritos y carcajadas, de las cuales participe solo con sonrisas por que no sabía de que carajo se reían, ni de que hablaban, solo asentaba con la cabeza y sonreía, el problema fue cuando llegó la comida, no sabía que era, parecía una especie  de cerdo pero muy raro, y la verdad no creía que en el Infierno haya muchos criaderos de cerdo, así que me quedé mirando la bandeja con intriga.
 -         ¿Desea comer otra cosa?.   Preguntó el coso del pasillo.
 -         No, está bien. Respondí (siempre hay que probar cosas nuevas).
 Y la verdad que la carne era muy sabrosa, pero no podía asimilarla con ninguna otra y por supuesto no me atreví a preguntar.
 Cuando terminamos de cenar los demonios se fueron retirando, cada cual efectuaba  una reverencia hacia mí, yo asentía con la cabeza y luego desaparecían por la puerta principal, uno tras otro hasta dejarme solo.
 -         ¿Desea algo más, señor?. –Otra vez la cosa, no me la podía despegar de encima.
 -         No, nada más.
 -         Y... entonces... ¿nada más, señor?.
 -         No, ¡nada más!.- Respondí medio ofuscado.
 -         ...¿Nada más?...
 -         No, nada más, cuantas veces querés que te lo diga ¿me querés decir?.
 -         No, es que...
 -         Es que nada, si te digo que nada más es nada más, entendiste?.
 -         Eh... si, claro, pero se va a quedar acá sentado.
 -         ¡Si, me voy a quedar acá sentado!, ¿cuál hay?.
 -         Es que pensé...
-         ¿Qué pensaste?.  ¿A ver que pensaste para que me rompas las pelotas tan soberanamente?.
 -         Que tendría ganas que le prepare su habitación para poder descansar.
 -         A, eso si vez, prepáramela.
 Y Cosa fue de inmediato.  A cada momento mi ego aumentaba más y más y el hecho de tener  siempre la última palabra y el derecho de maltratar a los demás me hacía sentir un poder increíble, que jamás hubiese imaginado en mi antigua vida, y me amargué al pensar que tuve  pena por el Diablo y le pedí solo un año en vez de una eternidad de esta vida.
 Al rato volvió Cosa para buscarme.
 -         Ya está lista la habitación, señor.
 -         Señor Satanás para vos, infeliz.
 -         Si, señor Satanás.
 -         Ah, así está mejor.  Realmente me encantaba el mal trato.
 -         Lo dejo solo, señor Satanás.
 -         Pará, pará, pará, ¿no pensás llevarme hasta la habitación?.
 -         Si, pero es que usted me dijo la semana pasada que...
 -         Que nada, a vos no te tiene que importar lo que te dije la semana pasada, te tiene que importar lo que te digo ahora.
 -         Si, señor Satanás, sígame.
 -         ¿Cómo dijiste? Cosa.
 -         Por favor sígame, dije, señor Satanás.
 -         Ah, no había escuchado bien.
 -         Por aquí, por favor, señor Satanás.
 -         Si, ¿cómo no?,  Ah Cosa, escuchame una cosa, vos...
 -         Me llamo Mirnor, señor Satanás, ¿recuerda?.
 -         A mí me chupa un huevo como te llamabas, ahora te llamas Cosa.
 -         Si señor Satanás.
 -         Y la próxima vez que me interrumpas, te sirvo en la cena, ¿OK?.
 -         Si señor Satanás.
 -         ¿Qué te estaba por decir?.
 -         No se, señor Satanás.
 -         ¿Cómo que no sabes?, ¿para que carajo me interrumpís si no sabes que te voy a decir?.
 -         Perdón, Señor Satanás.
 -         Buen, no importa Cosa. ¿Adónde íbamos?.
 -         A su habitación. señor Satanás.
 -         Y vamos entonces, ¿Qué esperas?.
 Cosa y yo nos trasladamos hasta mi habitación, cruzando varios corredores idénticos a los anteriores y salones extremadamente lujosos y por sobre todas las cosas inimaginables por sus decoraciones realmente tenebrosas.  Al llegar a una puerta enorme, de unos casi cuatro metros de altura y dividida al medio en dos puertas de direcciones contrarias,  Cosa se detuvo y se hizo a un lado de las puertas.
 -         ¿Esta es mi habitación?.
 -         Si, la de siempre, señor Satanás.  Respondió Cosa un poco dubitativo
 -         ¿No pensás abrirme la puerta?.
 -         Si, señor Satanás, disculpe.
 -         Decí que soy bueno, porque sino.
 Entré en la habitación y le cerré la puerta en la cara a Cosa, que la verdad no se que quería porque me siguió al entrar a la habitación, pero yo estaba demasiado cansado como para seguirlo soportando.
 La habitación era increíblemente amplia decorada con pinturas de batallas que colgaban de las paredes negras iluminadas por las mismas luces que brillaban en todo el infierno o por lo menos la parte que yo conocía, y como el resto de las habitaciones, no tenía ventanas, ni entrada de aire, y en el centro de la habitación y contra la pared opuesta a las puertas estaba la cama, donde entrarían unas seis personas cómodas, y acompañada por unos espejos colgados como los cuadros, solo eso y nada más había en la habitación.
 Me desvestí y entré en la cama, era deliciosamente cómoda y me invitaba a dormir el sueño más profundo, pero mi conciencia no se dejó descansar y me torturó con imágenes de mis hijos conviviendo con el Diablo y la de mi señora, imagen que en realidad no me torturó sino que me alegró un poco pensar que Leticia viva con el Diablo, pero mis hijos me inquietaban bastante y comprendí o me empeñé en pensar que el Diablo tenía que ser yo para ganarme el alma, y no podría hacerles daño de ninguna manera, por cierto tampoco a Leticia y eso me amargó un poco, cuando el sueño se apoderó de mi y me trasportó fuera del Infierno.
 Al otro día o creo que era al otro día, porque al no haber luz natural o relojes que lo afirmaran, no podía saberlo con seguridad, Cosa vino a despertarme:
 -         Señor Satanás, señor Satanás, despierte.
 -         Mmmm...
 -         Despierte señor Satanás, hay un problema.
 -         ¿Qué hora es?.-
 -         ¿Qué hora es?...
 -         Si, ¿Qué hora es?.  Pregunté comenzando a despertarme
 -         No se, señor Satanás.
 -         Y fijate.
 -         ¿En donde?.
 -         En un reloj, ¿dónde va a ser sino?.
 -         Y ¿Dónde hay un reloj?, señor Satanás.
 -         Pero sos pelotudo, en... a claro, deja.
 -         Tenemos un problema señor Satanás.
 -         ¿Qué pasó?.
 -         Dios está acá y está furioso.
 -         ¿Diosito está enojado conmigo?.
 -         No se con quien está enojado, pero quiere verlo ahora, señor Satanás.
 -         ¿Dónde está?.
 -         En el salón principal, señor Satanás.
 -         Bueno, alcanzame la ropa, que me voy a vestir.
 -         ¿Se va a vestir?, Señor Satanás.
 -         No, voy a ir en pelotas a hablar con Dios.
 -         ¿Desnudo?.
 -         Pero la puta que te parió, ¿sos boludo o te hacés?.
 -          No es que... ¿se va a vestir poniéndose la ropa?.
 -         La concha de tu madre, me estás... a si lo del pensamiento.
 Así que pensé en un traje y salí en busca de Dios muy elegantemente vestido, era una oportunidad única de conocer a Dios, pero la idea de que esté enojado me acobardaba bastante, sobre todo con lo que pasó la última vez que se enojó, con eso del diluvio universal y eso de matar a todos, la verdad que no me gustaba nada, pero el verlo era más poderoso.
 Seguí a Cosa por infinidad de pasillos hasta llegar al salón principal, donde Cosa no quiso entrar por ningún motivo, así que respiré hondo y entré.  Me quedé maravillado al ver tanta luz que emanaba de un cuerpo que no se dejaba distinguir entre tanto brillo, brillo que no dañaba mis ojos e iluminaba todo el salón y lo llenaba de vida, ante esa escena me ablandé y perdí el miedo por completo y supe que Dios es todo amor y comprensión.
 -         Ahí estas la concha de tu madre, te voy a matar pelotudo.  Dijo Dios con todo su brillo y esplendor
 -         Pero ¿qué pasó?.   Pregunte aterrado.
 -         No te hagas el boludo, vos sabés bien de lo que hablo.
 -         No, no se, por favor explíqueme.
 -         Que tus demonios se volvieron a subir a los muros del Paraíso y sabés bien lo mucho que me revienta eso.
 -         Es que yo no sabía nada.
 -         ¿No sabías nada?, no me hagas reír querés.
 -         No en realidad no sabía nada, pero dígame quienes fueron que yo me encargo de ellos.
 -         A mi no me vas a pasar, sabés, yo no me trago eso de que vos no sabés nada, pero por esta vez la voy a dejar pasar, la próxima adelanto el Apocalipsis y te sumerjo en el mar de azufre hirviendo como te prometí, entendiste.
 -         Si, si.
 -         Ahora me voy y espero no tener que volver más.
 Cuando estaba a punto de desaparecer me miró a los ojos y me dijo:
 -         ¿A vos té pasa algo?.
 -         Cagamos.- Pensé. No, nada., contesté titubeando.
 Una sonrisa se le dibujó entre medio de tanto brillo y desapareció, y yo respiré aliviado.
 Salí del salón principal para buscar a Cosa y lo encontré reunido con varios demonios a la expectativa de lo que pasase.
 -         Bueno, ahora que hay varios de ustedes reunidos.
 -         ¿De ustedes?.  Preguntó el más feo de todos.
 -         Si, de ustedes, demonios, cosas, ustedes.
 -         Si señor, ¿qué desea?.
 -         ¿Qué desea?, señor.
 -         Señor Satanás, para vos Cosa, ya te dije
 -         Si señor Satanás.
 -         ¿Quiénes fueron los que se subieron a los muros del Paraíso?.
 -         Yo señor, junto con la legión del sur.  Respondió un ser abominable de gran tamaño y poderío.
 -         Y ¿te parece bonito lo que hicieron?.
 -         Si señor, salió todo como usted lo planeó.
 -         ¿Qué yo lo planee?.
 -         Si, cuando nos reunimos en el salón de estrategia, señor.
 -         Ah... y ¿cuándo fue?.
 -         La semana pasada, señor.
 -         Ah... Bueno no lo vuelvan a hacer, porque... no lo vuelvan a hacer, entendido.
 -         Si, ¿pero que hacemos con el ángel que tenemos secuestrado?.
 -         ¿El que? tenemos secuestrado.
 -         El ángel que mandó a secuestrar, señor.
 -         Y ¿dónde está?.
 -         En los calabozos, señor.
 -         Hay la puta madre, se van a dar cuenta y se va a pudrir todo.
 -         Hasta mañana que hagan el cambio de guardia nadie se va a dar cuenta o ¿Dios le dijo algo?.
 -         No, no me dijo nada, pero mañana nos mata.
 -         Y ¿ Qué va hacer?, ¿va a mandar a los Arcángeles?.
 -         Y si.
         Pero no se preocupe, los vamos a estar esperando, ya van a ver cuando pongan un pie de este lado.
 -         No pará, hay que devolver el ángel.
 -         Pero señor...
 -         Pero nada, lleven al ángel ya.
 -         Pero...
 -         Devuelvan el ángel.
 -         Pero es chiquito, por ahí no notan que falta.
 -         No.
 -         Bueno, pero lo maltratamos un poco.
 -         No, no le hagan nada y llévenlo ya. Y la desesperación del momento me sobrepasó por completo exaltándome de manera tal que mis ojos se llenaron de llamas y mi voz rugió llevando mi ira por todo el Infierno y a cada ser, y los demonios delante de mi se acobardaron, corrieron a buscar al ángel y lo llevaron al Paraíso, lo dejaron en la entrada y volvieron al Infierno sin saber a quien temerle más, si a Dios o a mi.
 Resuelto el problema del secuestro quise recorrer el Infierno pero un alma desesperaba que me llamaba a gritos frustró mi viaje, ofuscado acudí a su encuentro.  Lo encontré caminando por Corrientes y me paré frente a él.
 -         ¿Qué querés?.
 -         ¿Usted quién es?.
 -         El Diablo, dale decime que querés.
 -         ¿Cómo se que usted es el Diablo?. –
 -         Porque tengo cuernos, una cola larga y en punta y porque estoy pintado de rojo.
 -         No, no es verdad.
 -         Hay que tarado, mirá, yo iba a realizar un viaje que tenia muchas ganas de hacer, iba a conocer un montón de lugares que me intrigaban y por tu culpa lo tuve que postergar, así que si andas como un bolodu diciendo en el baño de tu casa “que me lleve el Diablo, que me lleve el Diablo” no me hinches las pelotas y decidí rápido que es lo que querés.
 -         ¿Cómo sabe que yo decía eso en el baño?
 -         Porque soy el diablo infeliz. –
 En ese momento me di cuenta lo estúpido que me debería haber visto frente al diablo la primera vez que lo vi.
 -         Entonces si usted es el Diablo me puede dar lo que le pida.
 -         Si, pero vos me tenés que dar tu alma.
 -         Si no hay problema por eso.
 -         Pero yo la voy a pudrir en el Infierno y la voy a someter a una eternidad de dolor y sufrimiento.
 -         Si, si, no hay problema.
 -         Este tipo es más estúpido que yo, pensé.  Pero te va a doler, le dije.
 -         ¿Cómo que me va a doler?.
 -         Si, cuando torture tu alma te va a doler o ¿qué te pensas?.
 -         Pero si yo le doy mi alma. –
 -         Pero tu alma sos vos infeliz.
 -         Ah, entonces no.
 -         Mirá, decí que estoy de humor porque te tendría que condenar igual, no por hijo de puta sino porque sos un pelotudo.
 -         Perdóneme Satanás.
 -         Señor Satanás para vos.
 Y me volví y lo dejé hablando solo, más tranquilo y con mejor ánimo me dediqué a recorrer el Infierno, conocí lagos y ríos que adoptaron nombres famosos de otros ríos y lagos que inundaban infiernos perdidos en otro tiempo, como Estigía y Aqueronte, visité el lugar donde descendió Lucifer por vez primera, sitio donde colocaron un busto conmemorativo con la frase “Aquí descendió Lucifer” muy original por cierto y bastante conmovedor, vi los montes del destierro y el desierto donde tubo lugar la batalla de los mil años, pisé el limite entre los dominios de Belcebú y el glorioso Cielo y vi a lo lejos los muros del Nuevo Edén y su guardia de Arcángeles, percibí el hedor del las profundidades del lago de azufre y las tierras de las almas en pena, almas que luego de eternidades de trabajos forzados, castigos y torturas pierden el brillo y la conciencia y vagan por esos parajes sin sentido ni razón, enfermando a la tierra con sus pasos que se alejaron de la muerte y la salvación, días enteros pasé recorriendo el Infierno y en muchas ocasiones quise cambiarlo, pero entendí que un año no me alcanzaría y que si el Infierno existía por alguna razón que no alcanzaba a comprender, yo no era quien para destruirlo, todo me conmovió y todo me endureció, pero hubo un lugar que me aterró y me desbordó y ese lugar fue el de las almas condenadas, donde vi las torturas, los trabajos sin fin alentados por el látigo,  los castigo y la ausencia de esperanza, fue el último lugar que visité y donde pasaría toda mi vida en el Submundo, habían pasado un poco más de dos semanas desde mi descenso al Infierno, y volví al gran Palacio a ocupar mi trono por unos cuantos días que ya no tenían sentido para mí.
 -         Señor Satanás, volvió del recorrido ¿Cómo encontró todo?. Me preguntó Cosa.
 -         Como el orto lo encontré.
 -         Pero...
 -         Mirá, no me hinches las pelotas que no estoy de humor.
 -         Si, señor Satanás.
 Me senté en el trono que días atrás me había reconfortado, pero esta vez no funcionó, inmerso en la depresión pasé tres días enteros sentado y sin recibir a nadie, el infierno empezaba a alborotarse con murmullos de demonios asustados que corrían el rumor de una caída del infierno, nadie sabe que le pasa al amo, decían por los pasillos.
 Cuando comenzaba a entender mi destino escuche desde arriba que me llamaban con desesperación, acudí al llamado y me encontré con un Diablo cansado y dispuesto a perder, pero que todavía no había perdido las mañas, se comportaba como un caballero y como dos viejos amigos rompimos un pacto que ninguno de los dos podía mantener.  

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