La espera

¡Que costumbre de mierda! se decía Alberto, mientras hojeaba el obituario del diario Clarín, sentado en la mesa del living contemplando los nombres de los fallecidos el día anterior, en medio de una chupada de mate un poco frío, Alberto levantó las cejas, se sacó la bombilla de la boca, inclinó el diario hacía él como para afirmar lo que estaba leyendo y dijo: Tiburcio Mendieta, ja, con ese nombre no podía vivir mucho, y de la boca se le escapó una sonrisa, apoyó el mate sobre la mesa y siguió leyendo “Jamás podremos olvidarte, con amor tus hijos”, se quedó unos segundos en silencio mirando el diario, No, pobre tipo che, y moviendo la cabeza de un lado a otro, negando la muerte como si conociera al difunto, se paró para calentar el agua del mate, fue hasta la cocina donde la hornalla ya lo esperaba encendida, puso la pava al fuego y con ella el penar por el muerto, Tiburcio, que nombrecito papito, pensó mientras revolvía la alacena buscando algunas galletitas para acompañar el mate.
 El ruido de la pava le aviso que el agua ya estaba lista, apagó el fuego, le cambió la yerba  al mate y retomó su costumbre dominguera, Judío, Judío, cristiano, cristiano, cristiano, judío, ¡ha mirá, un musulmán!, Jorge Domínguez, Eduardo Soto, Miguel Campos, tus amigos, tus sobrinos, tus hijos, tus, tus…  Carlos Muños. Alberto se paralizó frente al diario, delante de sus ojos el diario pero sin verlo, Carlos Muños, pensaba, no puede ser, se paró,  tomó su cabeza con ambas manos y caminó por el living, Carlos Muños, Carlos Muños, no puede ser, repetía mientras miraba desde lejos al diario abierto sobre la mesa, pasó sus manos por su cara y se sostuvo el pecho tratando de tranquilizar  su corazón, tomó aire y se acercó a la mesa, se sentó lentamente invadido por una tristeza que le colmaba el alma, respiró hondo una vez más antes de tomar otra vez el diario “Carlos Muchos y Familia, los que aquí quedamos jamás los olvidaremos, Tu Hermana”. Los ojos de Alberto se habían llenado de lágrimas, le vino a la memoria sus años en el colegio junto a Carlos, sus primeros cigarrillos juntos, las rateadas a Palermo, los bailes, sus sueños de adolescentes en medio de la dictadura, esos mismos sueños luego en la democracia, su amistad después del colegio. Recordó también cuando Carlos se puso de novio con Silvia y rechazo irse a Europa con él , las cartas que le escribió desde el viejo continente contándole lo que se perdía y  que Carlos jamás contestó. A su vuelta del viaje Alberto siempre se lo reprochaba, pero Carlos se ofuscaba queriéndole explicar que no era bueno para escribir y que no sabía que ponerle en la carta, que más de una vez intentó pero no pasaba de “Buenos Aires 20/8/89”, recordó también el nacimiento de Pablito y sus primeros cumpleaños, pero la vida de casado de Carlos, ya con un hijo a cuestas y su eterna soltería los habían separado allá  por 1995 y hacía varios años que no se veían, pero el dolor por la muerte de su amigo le había devuelto todos esos años a su memoria.
 Intentó  salir de sus recuerdos porque algo no le terminaba de caer en su penar, releyó  el obituario y detuvo la vista en “Carlos Muños y Familia…”  ¿Cómo y familia?, se preguntó, cerró el diario sobre la mesa, pensaba en que podía haber pasado con Silvia y con Pablito, bajó la vista vacía hacia el diario y un pequeño titular le llamo la atención “Trágico accidente en panamericana, una familia perdió la vida” Alberto cerró los ojos, su corazón vaticinaba el desenlace de la nota, abrió lleno de espanto la sección policial del diario y leyó como una mala maniobra de un camionero había terminado con la vida de una pareja y un menor, un poco más abajo de la foto del auto destrozado, afirmaban haber reconocido el cuerpo de una de las victimas como Carlos Muños, Alberto lloró sin consuelo.
 El mediodía lo encontró tirado en la cama con el alma destrozada por toda la habitación, no podía dejar de pensar en su amigo, sentía muy dentro suyo la necesidad de despedirlo, tantos años juntos, tantos momentos vividos y ahora un cajón que seguramente estaría cerrado.  Recordó una vieja agenda con el teléfono de Carlos, la buscó en el armario del dormitorio y junto coraje durante un rato antes de marcar el número, ojalá atienda alguien,  pensó, porque no tenía donde más averiguar la dirección del velatorio, ya que su mente le nublaba el domicilio de la hermana de Carlos y de cualquier otra persona.
 Tres veces sonó el teléfono en su mano y en cada tono el corazón se le aceleraba un poco más, hola respondió del otro lado de la línea una voz muy familiar, hola, repitieron y Alberto paralizado junto al teléfono no podía emitir sonido.
 - ¡hable! ordenó
 - ho, hola,  alcanzó a contestar Alberto
 -¿Quién habla?, preguntaron fastidioso
 Alberto creía que su mente lo estaba engañando, le era tan familiar la voz que solo pudo decir timidamente, Alberto.
 -  ¿Cómo estas? ¡Tanto tiempo!, dijo con júbilo la voz del otro lado de la línea, Alberto, temeroso de caer en una trampa de su mente golpeada por la tragedia pregunto:
 - ¿Carlos?
 - Si, ¿tanto tiempo pasó que ya no me reconoces la voz?
 - Carlos ¿Estás bien?
 - Si, ¿vos como estás?
 - Bien, Alberto
 - Y ¿Silvia y el nene?
 - Bien, todos bien
 Alberto estaba conmocionado, jamás pensó que el diario podía estar hablando de otro Carlos Muños, de otra muerte, de otra tragedia ajena a su penar, el alma le había vuelto al cuerpo desde los rincones de su pieza, donde la había dejado destrozada por la mañana. Ahora le parecía tan absurdo y lejano que su amigo estuviera muerto, que hasta le dio vergüenza decirle el verdadero motivo de su llamado.
 - Che, ando con ganas de verte, dijo Alberto.
 - y venite esta noche a cenar, ¿te acordás donde vivo todavía, no?
 - si, claro.  A eso de las ocho estoy por ahí.
 Al cortar el teléfono Alberto seguía sin poder salir de su asombro, buscó unas viejas fotos de sus años por el secundario y pasó la tarde recordando su juventud con Carlos y también recordó al Tripa y al Colo, las fotos de San Pedro lo divirtieron tanto, que parecía volver a vivir el momento en que Carlos y el Colo lo tiraron al río, después de festejar un gol en el partido que disputaron en medio del barro, de un campito de San Pedro. Pensó en llevar esas fotos a la casa de su amigo.
 El subte lo dejó en el bajo Flores, el sol ya se había puesto y la noche a penas nacida lo invitaba a caminar, solo eran unas cuantas cuadras hasta la casa de Carlos, en cada paso que daba Alberto movía la cabeza de un lado a otro sin poder creer todavía la mañana que había vivido, caminaba sin prestar atención a su alrededor, inmerso en la confusión que le había embargado el alma por un rato, soltaba palabras  que se le escapaban del pensamiento “si debe haber como mil Carlos Muños en la guía”  ¿Cómo dice?, preguntó una señora que estaba esperando junta a él en la esquina para cruzar la calle, no, nada dijo Alberto y se apuró a cruzar cuando el semáforo se puso en rojo.
 Desde la esquina de Varela y Eva Perón pudo distinguir la casa de su amigo, caminó unos cuantos metros hasta la puerta y se sorprendió al ver las dos persianas bajas, no me digas que este no está, dijo y se alejó de la puerta, hacía el cordón de la vereda para poder apreciar la casa con más detalle, no escuchaba ni un solo ruido de su interior y las persianas no dejaban entre ver nada, se preguntó si Carlos no se habría mudado y él no lo supiera, pero me hubiera dado la dirección,  exclamó separando los brazos se su cuerpo para dejarlos caer de nuevo.  Al cabo de deliberar por unos minutos se decidió a tocar el timbre, sin esperanzas de que le contestaran, cayó en la cuenta de que él  había llamado a su amigo por teléfono y el número que el tenía era de esa casa y no de otra,   -entonces indefectiblemente tuvieron  que salir por algún motivo y no me avisaron, si eso pasó, dedujo Alberto, pero estaba dispuesto a marcharse, cuando la puerta se abrió delante de él y tras ella asomó el rostro de Silvia, que con entusiasmo lo invito a pasar.
  -         Pensé que no estaban
 -         Pero si te estábamos esperando, che, dijo Carlos que aguardaba parado junto a la mesa del living.      
 Los amigos se abrazaron con fuerza tratando de recuperar tanto tiempo perdido.
Carlos tomó con sus dos manos la cara de Alberto y le sonrió, dentro de sus ojos Alberto pudo ver una profunda alegría que se extendía más allá de ese reencuentro, pensó por un instante que a Carlos le estuviera pasando algo,  no habían sido muchas las veces que Carlos haya demostrado su afecto, más bien era una persona que le escapaba a esos momentos y ese abrazo fraternal perturbo a Alberto, pero la alegría por el reencuentro era mayor para todos, porque a Silvia también se le escapó una sonrisa  cuando vio juntos a los dos amigos.
  -         ¿Y Pablito?, preguntó Alberto.
 -         Esta en la pieza jugando, respondió Silvia, lo voy a ir a buscar.
 Carlos y Alberto se sentaron a la mesa esperando por Silvia y el nene, Carlos seguía sin poder borrar la sonrisa de su cara y Alberto sentía que su amistad era eterna.
 -         Te traje las fotos de San Pedro, dijo Alberto.
 -         Las fotos de San Pedro, suspiró Carlos., hace cuanto que no las veo.
 Alberto se levantó de la mesa y fue a buscar las fotos al sillón del living donde las había dejado junto con su campera, al pasar frete al televisor una imagen le llamó la atención, se quedó un instante mirando la pantalla, mientras Carlos lo seguía atentamente con la mirada, se volvió hacia su amigo con cara de asombro y pregunto:
 -         ¿Esta película no la dieron ayer?
 -         No creo, contestó Carlos con la voz en duda, quizás la estén repitiendo, viste como son los canales de cable, agregó restándole importancia al tema, traé esas fotos para acá que las quiero ver.
 Mientras Alberto y Carlos volvían a jugar en sus mentes aquellos inmemorables partidos de fútbol en el barro de San Pedro, y revivían los tiempos olvidados, Silvia entró al living con Pablito de la mano.
 -         Mirá quien esta ahí Pablito ¿sabés quien es él?
 -         ¿El que nos viene a buscar?, pregunto el nene a su madre.
 -         No, él es el tío Alberto, vos eras muy chiquito cuando el venía a casa, por eso no te acordás
 -         Hola Pablito, dijo Alberto emocionado, que grande que estas, no puedo creer como creció este chico.
 -         Creció, ¿no?, dijo Carlos mirando a su hijo con los ojos llenos de orgullo
 Silvia fue a buscar los platos y Pablito a las rodillas de su padre, Carlos y Alberto aprovecharon para ponerse al tanto uno del otro, entre bostezos de Pablito y anécdotas de Alberto la mesa quedó servida, ni el cabernet-saviniong  que descorcho Carlos, ni el pollo a la ciruela de Silvia pudieron callar a los amigos. Era una mesa de reencuentro, de años perdidos poniéndose al día, y  Silvia solo los acompañó en silencio, disfrutando de la alegría de su marido.
 Al momento de la sobre mesa a Pablito se le cerraban los ojos, Carlos lo tomó con delicadeza y lo llevó a su cuarto, Silvia fue a la cocina a preparar el café y Alberto se quedó solo en la mesa, recorrió con la mirada la habitación esperando por sus amigos, le llamó la atención el reloj que colgaba de la pared, marcaba las cuatro y cuarto, las cuatro de la mañana no pueden ser, pensó, por inercia miró su muñeca desnuda y buscó en vano otro reloj en la habitación, Carlos bajó del cuarto de Pablito y notó la cara de preocupación en su amigo.
 -         ¿Qué te pasa? Lo interrogó
 -         Las cuatro y cuarto no pueden ser, ¿no?, dijo alberto mirando el reloj de la pared.
 -         No, seguro que no, dijo Carlos, no le des bola a ese viejo reloj, dejó de funcionar ayer.  Deben ser como las doce.
 Con el café en la mesa volvieron las anécdotas y los reproches,  como hizo siempre que pudo, Alberto le recriminó a Carlos que jamás había recibido una carta de él cuando estaba en Europa, tal vez con un tono más en broma que otras veces, pero no dejó de pasar la oportunidad, Carlos que nunca pudo hacerle entender a Alberto que él no era bueno para escribir y le incomodaba demasiado hacerlo en una carta, dijo, tenés razón, te prometo que te voy a escribir, Alberto solo sonrió aceptando la broma.
 La noche para los amigos solo duró un rato más, Alberto debía levantarse temprano y prometió volver pronto, luego de abrazarse fuerte con Carlos,  se despidió de Silvia, le dejo un beso encargado a Pablito, tomo su abrigo y se fue.
 El lunes devolvió a Alberto a su rutina, un poco más cansado de lo normal por haber trasnochado la noche anterior, volvió a su casa después del trabajo con ganas de cocinar cualquier cosa rápido e  irse a dormir temprano, cuando revisaba la heladera en busca de lo que fuera, y como fiel reflejo de la heladera de un soltero no tenía muchas opciones, optó por unas hamburguesas, cuando escuchó el timbre de la puerta, al abrirla se encontró con Norma, la hermana de Carlos que traía un aspecto demacrado, los ojos hinchados y rojos sobresalían de su piel palidecida.
 -         Norma, que sorpresa pasá. Por favor.
 La hermana de Carlos entró en silenció, solo le pidió que se sentará.
 -         ¿Qué pasa Norma me estas asustando? Preguntó sobresaltado Alberto.
 -         Pensé en llamarte antes por teléfono pero hoy en la casa de Carlos encontré este sobre para vos
 -         No entiendo, dijo Alberto tomando el sobre desde su silla.
 Norma tomó aire al mismo tiempo que de sus ojos caían lágrimas insostenibles.
 -         El Sábado Carlos tuvo un accidente con el coche, también iban Silvia y Pablito con él, su murieron los tres Carlos, se murieron.
   Todo el penar de la mujer estallo en llanto, Alberto recordó el diario del domingo, miró a Norma con la mirada perdida, con el cuerpo desplomado en la silla solo tuvo fuerzas para abrir el sobre, solo un papel y unas pocas líneas.
  
Alberto:
              Gracias por haber estado cuando te necesitamos, tanto yo como mi familia te lo agradecemos, sos un gran amigo, espero poder retribuirte el gesto con esta carta que vos sabes que me cuesta tanto escribir, gracias nuevamente hermano.

                                                                                                        Carlos y Flia.

  -         ¿Se sabe a que hora murió?
 -         A eso de las cuatro y cuarto dijo el forense, contestó Norma desconsolada.     

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