Piso quince

El jefe de Jorge se acercó hasta su escritorio, estaba más serio que de costumbre y le dijo, te llaman del quince, después le puso una mano en el hombro y no supo darle una explicación del motivo del llamado, le palmeó la cara y se fue. Jorge no podía salir de su asombro, sabía muy bien que los empleados que suben al quince bajan para juntar sus cosas e irse. Se quedó absorto, pensando, cinco años en esta empresa para que venga esta hija de puta y me eche como un perro. Luego respiró hondo, miró a su alrededor y todos sus compañeros lo observaban en silencio, ninguno tuvo el coraje de acerarse a darle unas palabras de aliento, él los contempló apretando los dientes y caminó hasta el ascensor.

Esperaba que se abriera la puerta, mientras que en la cabeza se le desataba un huracán de insultos y maldiciones contra la Sra Thompson, quien hacía veinte días había venido desde los Estados Unidos a tomar el control de la empresa, que se creía desde el norte casi en quiebra, y estaba purgando el edificio, despidiendo empleados a discreción, sin considerar capacidades y menos aun si había una familia detrás, este no era su caso, pero ahora era su turno de subir hasta el piso quince y conocerle la cara a la Sra Thompson, porque nadie la había visto. No hizo una presentación a su llegada, ni mucho menos dio un discurso, solo se encontraron los empleados de la empresa con un E-Mail en sus correos dando las nuevas noticias.

La puerta del ascensor se abrió y bajaron unas cinco personas, si alguna de ellas lo conocía, él no se percató de ello, mantenía la vista clavada en el fondo del elevador que lo recibió vacío. El tablero era el mismo de siempre, facturación en el cuarto y cobranzas en el octavo, pero esta vez tenía que presionar el número quince, y maldijo una vez más antes de apretarlo.

El elevador se detuvo por primera vez en el cuarto piso, lo estaban esperando el gordo Nuñez y una señora de pelo castaño, que exhibía una credencial de la empresa colgada en su pecho, pero que él jamás había visto. El gordo Nuñez lo saludó como siempre y él apenas le levantó las cejas.

-¿Qué te pasa? Le preguntó Nuñez

-Me llamaron del quince, le contestó

Su compañero se quedó callado como todo el que conocía la noticia, era raro verlo al gordo Nuñez en silencio, la señora que compartía el ascensor con ellos, lo miró y volvió enseguida su cabeza, para perder la vista en el piso del elevador.

-¡Qué hija de puta que es esta mina, no lo puedo creer. De facturación ya echó a tres! Dijo por fin el gordo Nuñez

-Me va a echar, pero la voy a putear tanto que no se va a olvidar de mi en su vida.

-No te guardes nada Jorge, la gringa esa no se merece nada..



El ascensor se detuvo en el séptimo piso y el gordo Nuñez bajó junto con la señora de pelo castaño, pero antes le dio un abrazo como si fuera la última vez que lo iba a ver en la vida. Jorge siguió solo el camino hacia el piso quince, mientras pensaba en como alguien puede ser tan mierda, venir de un país en el otro extremo del continente, con todas sus ventajas y posibilidades, para quitarle el trabajo a tantos empleados sin importarle si van a conseguir un nuevo empleo, si tienen ahorros, si le alcanza la indemnización..., si que es hija de puta esta mina, dijo en voz alta, y claro, la mandan al culo del mundo y con alguien se la tiene que agarrar, pero a esta yegua le debe gustar, si te echa ella, no le dice al jefe de personal o a tu jefe de área, lo hace ella misma, de hija de puta que es nomás.

Las puertas del ascensor se abrieron en el noveno piso y entró una mujer rubia, su rostro no ocultaba la edad, pero no había perdido el encanto de su juventud, el cuerpo envuelto en un trajecito color chocolate, parecía ser ajeno al tiempo, y sus ojos azules conservaban intacto el brillo de la hembra en celo, podía desnudar a un hombre con solo mirarlo, y Jorge no pudo cerrar su boca al verla entrar, se miraron y ella le sonrió, luego se ubicó a su lado, solo un poco más cerca de la puerta que él, desde la posición en la que se encontraba, Jorge no pudo evitar mirarle el culo y se olvidó por un momento del motivo de su viaje en el ascensor. Subieron dos pisos juntos, mientras que ella recogía su pelo por detrás de la oreja y lo miraba de reojo, Jorge dibujó una sonrisa en su rostro al ser descubierto mirándola y ella no demostró indicios de ofenderse. Cuando las puertas del ascensor dejaron entrar en el décimo piso a dos señoras gordas, inmunes a los efectos del aire acondicionado, que transpiraban como si estuvieran en un sauna. Ella retrocedió un paso hasta él y apoyó su cuerpo contra el suyo, Jorge sintió su sexo ponerse de pie, ella hizo unos pequeños movimientos muy sutiles con su cintura, alentando la erección de Jorge, que ya no sabía que era real y que pertenecía a sus fantasías. Las mujeres gordas bajaron en el siguiente piso y ella cuando tuvo espacio suficiente para moverse, no lo hizo, esperó sobre Jorge a que la puertas estuvieran cerradas por completo, estos segundos de más que estuvo sobre él, lo excitaron sobre manera, y reaccionó tomándola del brazo, acercó su rostro al de ella y la miró a los ojos, como un adolescente sin medir una palabra, buscó su boca con la suya, pero ella evitó el beso dando un paso atrás, alejándole el pecho con sus manos, Jorge la miró sorprendido, ella sonrió y apretó el botón rojo del tablero, se acercó y le susurro al oído con un acento que Jorge, no pudo asociar a ninguna nacionalidad, "son veinte minutos hasta que lleguen los de mantenimiento," la besó con todo su cuerpo y su mente le susurro un nombre, la contempló por un instante sorprendido, no podía terminar de creer que fuera cierto, estaba demasiado excitado como para rechazarla, la deseaba tanto que no pudo decirle ahí mismo todo lo que pensaba, ella no perdió más tiempo y lo beso otra vez, Jorge mordió su boca, su cuello y con la respiración pesaba y jadeante, le dijo al oído, señora Thompson, ella sonrió en silencio y comenzó a desabrocharle la camisa.

Cuando la puertas del elevador se abrieron en el piso quince, ella estaba impecable, solo su rostro no podía evitar mostrar la temperatura de su cuerpo y se perdió por uno de los pasillos sin antes despedirse de Jorge, pasó por delante de la recepcionista sin mirarla, ocultando sus mejillas coloradas con su pelo rubio. Jorge todavía en el ascensor con su camisa a medió corregir, se apuró para salir antes que las puertas se cerrasen. La recepcionista lo miró sorprendida, él ya no tenía capacidad de avergonzarse de nada, todavía no podía entender muy bien lo que había pasado en el ascensor, pero comprendía, que la suerte le había dado una oportunidad única, miró a su alrededor y por el pasillo más angosto descubrió los indicadores de los baños, entró al de caballeros y lavó su rostro, arregló su ropa y salió triunfante, cuando me vea entrar se muere, pensó, vieja calentona, ahora vamos a ver quien tiene la sartén por el mango, dijo en voz baja al cerrar la puerta.

Caminó hacia la recepcionista que lo observaba casi sin poder contener la risa, se presentó y preguntó por la Sra Thompson, ella tomó el teléfono, levantó el dedo índice indicándole que espere, y luego le dijo:

- Vaya por este pasillo hasta la última oficina, lo están esperando.

- Gracias.

El pasillo era el mismo por el que la había visto perderse, atravesó dos salas de espera que no contaban con mucha gente, llegó hasta la última oficina, y se paró frente a la puerta, no sabía como iba a reaccionar la Sra Thompson cuando lo viera entrar, pero daba por seguro que ya no lo podía echar, y no descartaba exigirle un ascenso, a ella no le convenía mucho que él divulgara por ahí el episodio del ascensor, respiró hondo y se propuso entrar, pero la puerta se abrió delante de él y pudo percibir el olor a sexo que todavía existía en su cuerpo, la miró triunfante, esperando su reacción de sorpresa y luego el rostro del lamento, pero ella en cambio le regaló una nueva sonrisa, lo besó en los labios, y le dijo, por lo menos nos llevamos algo, ¿no?. Y volvió a perderse por el pasillo hasta el ascensor. Jorge siguió sin saber de donde era su acento y poco le importó, y miró hacia dentro de la oficina y vio a la Sra Thompson sentada detrás de su escritorio, que lo esperaba impaciente.

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