Un cuento para mí

Saramago dice que si dejara de escribir no se moriría, y yo con esta angustia en mi pecho por no poder hacerlo, angustia que me convenció de que era escritor por naturaleza, que mi único motivo era escribir.  Estar días con una frase en la cabeza y ni un minuto para sentarme delante del teclado me provoca un profundo dolor, no en el alma sino físico, realmente me duele el pecho.  Y en este momento es al revés, estoy delante de mi teclado y sin una idea en la cabeza lo cual me angustia más y el dolor se me acrecienta, pero me alivia el alma, me afirma que si no escribo me muero y me lo creo. Mi vida por una hoja escrita.

Estoy por abrir el segundo paquete de cigarrillos y se me ocurre un gesto de delicadeza con mi pulcritud, vaciar el cenicero atestado de colillas aplastadas y ceniza, pero ni una idea acerca de mi cuento, lo vacío sin remordimiento en el tacho de la basura y vuelvo a la computadora para encender otro cigarrillo que ya no disfruto en la boca, intento en mi cabeza una idea o solamente una frase pero esta noche no parece ser para mí, me frustro y pito fuerte el cigarrillo y mi dolor de escritor otra vez a flor de piel, busco mi cuento en las paredes y en el techo, pero nada. La revista que estaba leyendo hoy a la tarde me mira desde el piso donde la deje y me invita a distraerme, me dispongo a leer la nota de Saramago y no lo puedo creer, el señor tiene un Nóbel de literatura un su biblioteca y dice poder prescindir de la escritura cuando quiera, creí que a los escritores si no escribíamos se nos acababa el mundo, tal vez cuando tenga la edad de Saramago piense como él o talvez me haga falta ganar un premio Nóbel de Literatura, no me imagino en Ginebra ni tampoco a los ochenta y pico. Ahora se me ocurre una  frase y un poco me defrauda, no la puedo vincular con nada y la desecho de mi cabeza.  Apago con fuerza el cigarrillo en el cenicero y miro el paquete vacío junto con el que había empezado, cuanto que estoy fumando, digo y me pregunto si Saramago no tendrá razón, si mis raíces literarias no sean más que nicotina pegada a mis pulmones asfixiados, si hace cuarenta minutos que estoy acá sentado sin poder escribir nada y ya me fume diez cigarrillos, ¿Cómo no me va a doler el pecho?
Pienso en si habré nacido escritor o me convirtió a la orden de las letras mi querido Poe allá por mi adolescencia, sus relatos extraídos de nubes de opio me marcaron para siempre, la botella de Baileys ya está abierta y busco inspiración en su néctar, dos piedritas le caben perfecto a mi vaso de filo grueso y alejan de mí la humedad de esta noche en Buenos Aires. La nota a Saramago es algo disipada, resulta ser una nota fiel a una revista de domingo, pero un comentario sobre el  gobierno cubano me lleva inexorablemente a pensar en Fidel, cuantos sentimientos encontrados, cuanta poseía respalda a la revolución, de Marti a Silvio, la isla sin duda cosecha azúcar y  versos pero como escritor debo condenar  la censura de cualquier índole, cuantos escritores se desenamoraron de Fidel, Saramago sin ir más lejos y mi amado Cortazar, alejado de la revolución cargando una desilusión que le partía el pecho y luego desde Francia escribiendo entre angustias unos versos para El Che, ¿pero que me provoca a mí Fidel?, lo admiro sin duda y justifico la protección de la revolución contra la propaganda del norte y el bloqueo, pero el encarcelamiento por pensar distinto roza tan de cerca las botas del fascismo que me abruma, temo desenamorarme algún día y resuelvo escuchar un disco de Sabina y disipar mi conciencia literaria entre putas y  versos de amor.
Eva toma el sol y alguien busca el barrio de la alegría pero mi cuento no aparece, siempre tipos como Sabina o el indio Solari me inspiraron a la hora de escribir, el conjuro poético parece no funcionar esta noche, y miro la cama todavía sin hacer, como la dejé cuando me levanté al mediodía, otro sorbo de licor y las sabanas me recuerdan a Mariela, ¿que estará haciendo ahora en chivilcoy?, se fue ayer y esta tarde nos mandamos 50 mensajes de texto, pero ahora que no puedo escribir, que me fumé todo lo que tuve en las manos sin escucharla quejarse, la extraño. Pienso en ella desnuda, en una mujer desnuda en la cama, se despierta y al lado hay un hombre muerto que no reconoce, se asusta, no sabe que hacer, el departamento es suyo y lo recorre buscando indicios de lo que pasó,  no se bien todavía si es una puta o una mina sola, la cama es un somier, creo que tengo algo pero no puedo ver el final y me resisto comenzar a escribir  sin antes de tener un final al que apuntarle.  Me paro y camino por la habitación,  el muerto esta en mi cama y la puta me mira y me levanta los hombros como preguntándome que hacemos, entonces sé que es una puta y el muerto un cliente, camino entre los dos y no veo rastros de droga o algo que justifique porque ella no sabe del tipo, ella me mira y tiene una sonrisa cómplice en la boca y me doy cuenta que sabe quien es el muerto, solo que el lector tiene que creer que ella no sabe lo que esta pasando y ese es mi final, revelar el secreto de la inocente mujer, alcohol, sexo, veneno, se duermen, se muere, se despierta y ahí esta mi cuento.

Vuelvo al teclado y por primera vez en la noche comienzo a escribir, no reparo en detalles pero pienso en todo lo que voy a tener que corregir en las próximas semanas. Escribo sin parar toda la estructura del cuento siguiendo una línea cronológica, que se que me va a permitir incluir en otro momento  indicios que sustenten el final, pero me freno, saco las manos del teclado y la miro.  ¿Qué motivo tuviste para matarlo? Le pregunto.  Ella mira al muerto y me levanta las cejas como si no supiera y el muerto no es capaz de decir una palabra.  Tal vez el motivo no tenga que aclararlo, pienso.  La noche casi pasa por completo y yo estoy muy cansado, ya no puedo escribir más, apago todo y me desplomo en la cama, siento el colchón hundido a mi lado y empujo al muerto hasta que cae al piso, la puta parece haber ido a la cocina y no creo que vaya a molestarme, espero poder terminar mi cuento antes de que vuelva mi mujer.

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