Un tal Juan



Juan es un tipo común, no como yo, pero sí por ahí como muchos de ustedes. Él tiene una familia, es decir mujer e hijos, dos precisamente, Vanesa de cuatro años que empieza el jardín este año y Pablo un adorable monstruo de diez añitos que tiene el magnífico don de irritar a cualquier persona que pase más de cinco minutos con él, y su mujer (hay su mujer). Siempre que Juan llega del trabajo, donde lo tratan como material descartable, después de cuatro horas extras obligatorias que las cobra como si fuesen dos, y pone un pie en el departamento, un pie, no dos ni una cabeza, solamente un pie, para que se escuche desde atrás de una montaña de juguetes ¡Papá, papá! y un pigmeo exaltado se lance a la carrera contra su presa al grito de qué me trajiste, qué me trajiste y salte al cuello para detener la huida, ese mismo cuello que ayer no lo podía mover por las contracturas.

– Qué me trajiste, repite por si no lo escuchó.

– Nada Pablito es que papá no tuvo tiem...

– ¡Mamá, Mamá papá no me trajo nada!

– Le hubieras traído cualquier pavadita Juan y lo dejabas conforme. Dice su mujer.

Al término de una bocanada de aire bien profunda.

- Tenés razón mi amor se me pasó. Contesta Juan aceptando el error.

Creen que eso es lo peor, no, lo peor viene cinco minutos después.

- Dame los huevos Juan que tengo que empezar a cocinar. Le exige su mujer

- ¿Qué huevos?.

La señora un poquitín exaltada, dice:

- Los huevos que te pedí esta mañana, Juan. Dice su mujer recalcando un poco el nombre.

- Eehh no sé, me olvidé.

- Te olvidaste Juan. (Otra vez lo recalca un poco)

- Si, es que con el trabajo y las horas extras.....

- Horas extras Juan (otra vez) de qué me hablas, yo, trabajo horas extras para que la casa esté limpia, que los chicos coman, mandarlos al colegio y todo lo demás que hago en casa.

Juan recorre con la vista todo el perfecto desorden que reina en el departamento y dice:

- ...

No, no dice nada, porque antes que se atreva a mover un solo labio lo mandan a comprar los huevos que se olvidó, y Juan acepta el castigo de buena gana, porque a veces veinte minutos en el frío viento de las calles de Buenos Aires, ayuda a sobrellevar un cálido hogar.

Esa escena se repite con frecuencia en la vida de Juan, con la diferencia que a veces en vez de los huevos, Juan se olvidaba las papas, las cebollas, el ají, las aceitunas, esas cositas ovaladas y verdes tan fundamentales para una buena cena, los doscientos gramos de jamón y el cuarto de queso fresco o las milanesas, que llevaban a la frase patentada por su mujer. “Yo no quiero gastar plata, pero tampoco me puedo poner a cocinar a cualquier hora, pedí una pizza Juan por favor”. Juan harto de esto, lo primero que hace al llegar al trabajo, es decirle a algún compañero que le haga acordar al terminar el día de lo que tiene que comprar, lo que genera que todo el mundo dentro de la oficina se le cague de risa en la cara y que Juan se sienta peor que en su casa.

Pero con el correr de las horas, la angustia cesa para dejarle lugar a la impotencia del mal trato por parte de su jefe, quien lo considera un inepto al igual que el resto de sus compañeros.

Y así, entre risas, maltratos y burlas, Juan pasa el resto del día para irse a su casa con su familia pero sin acordarse de lo que tenía que comprar, ya que nadie le hizo acordar al salir de la oficina para reírse al otro día del nuevo reto de su mujer.

No siempre la vida de Juan fue así, hubo un tiempo en que él era un joven prometedor con un futuro abierto a cualquier posibilidad y su mujer, la que en ese tiempo era su novia, se enamoró del gran porvenir que le esperaba junto a Juan, que por ese entonces, no era la mujer gorda y amargada que hoy conocemos sino una chica hermosa que traía locos a todos los hombres del barrio, muy refinada y con aires de princesa europea.

Cuando Juan la conoció por medio de una amiga de la facultad, la vislumbró con su carrera de contador y sus posibilidades de trabajar en el banco Mercantil. Compartieron reuniones, cenas entre amigos, bailes de la facultad y con el tiempo, Juan le abrió su corazón y compartieron salidas, noches, tardes de domingos en los lagos de Palermo y paseos por el Rosedal. Todos los amigos de Juan lo alababan y no se cansaban de repetirle la suerte que tenia por adueñarse de un corazón tan codiciado por ese entonces.

El tiempo transcurrió y Juan terminó la facultad a los veinticuatro años y con el titulo de contador de la Universidad de Buenos Aires, se le otorgó un ascenso en el banco Mercantil en el cual había conseguido entrar dos años atrás. Sacaron un crédito por medio del banco, que el gerente firmó con orgullo ya que era para su empleado modelo y compraron un departamento en Recoleta, contrataron una señora para que ayude en los quehaceres de la casa y en las vacaciones conocieron el mar Mediterráneo, la Torre Eiffel y el museo del Louvre, Venecia y el glorioso Milán.

Todo transcurrió en paz y felicidad hasta que a Juan se le ocurrió la emotiva idea de tener un hijo, idea que su mujer rechazó por completo ya que le faltaba recorrer gran parte de Europa y todavía no había conocido el Caribe, Viajes que no podría realizar con un hijo a cuestas, así que con buenos pretextos lo hizo desistir a Juan de tener descendencia por el momento.

A los pocos meses, su mujer quedó embarazada, hecho del cual jamás lo perdonó y lo hizo culpable por el embarazo y conspirador contra su felicidad.

Nueve largos meses pasó llorando y angustiada la mujer de Juan, y Juan corrió otros tantos, de un lado a otro en busca de antojos y cruzó Buenos Aires de madrugada en varias oportunidades, para apaciguar caprichos nocturnos.

El día esperado llegó y la vida se hizo milagro, no solo por la vida misma, sino porque con el llanto más armonioso, la mujer de Juan, cambió las lagrimas de la angustia por la felicidad de ser madre.

Y adoró a su hijo con un amor jamás antes conocido por ella, y Juan alcanzó el cielo con las manos e inundó la ciudad con la baba del padre primerizo, pero la felicidad de madre no pudo contra la angustia de los kilos de más, los pañales sucios y los llantos desmedidos y volvió a acusar a Juan por tener la grandiosa idea de ser padres jóvenes, y por supuesto culparlo por su nueva figura.

Entre penas y dietas ineficaces, Pablito cumplió su primer año y fue una semana después que el banco Mercantil quebró por una estafa millonaria dejando en la calle a todos sus empleados sin un centavo de indemnización, y entre todos ellos estaba Juan, que recibió los insultos de su mujer como si hubiese sido parte de la estafa y las quejas del ¡qué vamos a hacer!

Juan se dispuso con todo su empeño en encontrar un nuevo trabajo, pero ninguno le garantizaba poder continuar con la vida que estaban acostumbrados, y fue en ese instante que Juan pasó de ser un hombre prometedor con un futuro maravilloso a un pobre desempleado que su señora lo trataba de imbécil, en los momentos más dulces, y ella se trasformó de la codiciada princesita europea, a una mujer gorda, amargada e hincha pelotas.

En un par de meses gastaron los ahorros y tuvieron que despedir a la empleada de la casa y vender el departamento de Recoleta para comprar uno en Mataderos.

La vida le dejó de sonreír a Juan, al igual que su mujer. Pudo conseguir al fin un trabajo de oficinista en el centro que no le alcanzaba para soñar con la vida perdida. Cinco años después tuvieron a Vanesa fruto de una noche aislada en un mar de pobres relaciones. Y así llegamos al día de hoy cuando Juan me llamó.

Me presenté a la salida del trabajo y cuando hubo pasado cerca mío le dije:

- Juan, te estaba esperando.

- Perdón, nos conocemos.

- Aún no.

- Y ¿cómo sabe mi nombre?

- Sé muchas cosas, no solo tu nombre.

- Pero… no lo conozco.

- No Juan, le digo recalcando un poco el nombre como su mujer, te dije que no nos conocemos.

- Entonces ¿quién le dijo mi nombre?.

- Dejame que me presente, soy Belcebú, Luz Belito.

- ¿Quién?

- El Diablo Juancito.

Juan miraba para los costados pensando “lo que me faltaba”.

- y ¿qué quiere el Diablo de mí?

- Tendrías que preguntarte ¿qué querés vos del diablo?

- Yo nada.

- Bien claro dijiste ayer que me lleve el Diablo. Y acá estoy.

- Y ¿cómo sabe que dije eso?

- ¿Me estas cargando, Juan

- Es que...

- Es que nada Juan, a ver si nos entendemos, vos me llamaste y yo vine a proponerte un negocio.

- ¿qué negocio?

- Vayamos a ese bar y hablemos más tranquilos

Camino al bar, Juan no pronunció una sola palabra, pero se preocupó por mirar a cada persona que pasaba para descubrir la reacción de la gente al verlo caminar junto al Diablo, por supuesto nadie notó la presencia del señor de las tinieblas, ni tampoco de Juan.

Entramos al bar y nos ubicamos en una mesa para dos junto a una ventana.

- Qué vas a tomar, pregunté.

- Nada.

- Por favor Juan invito yo.

- Es que no quiero nada.

- Está bien, como quieras, Mozo dos cafés puede ser.

Juan notó su falta de autoridad y preguntó con mucho respeto como quien no es un entendido en el asunto:

- Dígame, si usted es quien dice ser ¿por qué no trae cola, cuernos, las uñas largas, no sé?

- Porque tomo la apariencia que me plazca.

- Y ¿por qué no cambia de apariencia? Así yo le creo.

- Te gustaría verme bañado en sangre, con los ojos rojos y escupiendo fuego por la boca. 

- No, creo que no.

- Entonces dejémonos de pavadas y hablemos de lo que nos interesa.

- ¿Qué nos interesa?, pregunta Juan con intriga

- ¿Sufrís de amnesia, te cuesta retener las cosas o ya sos así?

- ¿Por qué?

- El negocio Juan, de eso te quiero hablar.

- Ah, el negocio.

- ¿Sabes de lo qué te estoy hablando?

- No.

- Empecemos desde el principio, yo soy el Diablo, vos sos Juan, y yo vine a proponerte un negocio por que vos me llamaste.

- Si, no, no yo no lo llamé.

- Ayer al salir de tu casa dijiste que me lleve el diablo, ¿te acordás?

- Si es verdad, pero lo dije por decir como podría haber dicho cualquier otra cosa.

- Es verdad, pero lo dijiste y en su momento lo sentiste por eso estoy con vos.

- Si, pero.....

- Si, pero nada Juan, el negocio es así, vos me pedís algo y yo me quedo con tu alma.

Juan comenzaba a entender que la cosa iba en serio, cuando llegó el mozo con los cafés, esperó que los sirva en silencio y luego comentó muy despacio:

- Pero yo no quiero perder mi alma.

- Pero ¿para qué la querés?, si ni siquiera sabes para qué sirve.

- Pero si usted la quiere debe ser importante.

- Basta de peros Juan, o pedís algo o me meto adentro tuyo. ¿Vos viste El Exorcista?

- La que le da vueltas la cabeza.

- Si esa, querés que te pase lo mismo a vos.

- No.

- Entonces decidí.

- Bueno, pero necesito pensarlo.

- Está bien nos vemos acá mañana a las siete cuando salgas de trabajar

- Bueno, pero...

- No faltes, es peor si me haces irte a buscar.

Juan volvió a su casa más tarde de lo habitual y pálido como un fantasma.

- ¿Dónde estuviste? Pregunta su mujer

- Papá, Papá, ¿qué me trajiste?

- Nada Pablito, es que papá no tuvo un buen d....

- ¡Mamá, papá no me trajo nada!

- Pablo andá a juntar tus cosas que yo tengo que hablar con tu padre. ¿Dónde estuviste? Le vuelve a preguntar

- No me lo vas a creer.

- No, seguro que no. Decime, a ver.

- Yo sé que es difícil de creer, pero estuve con el Diablo.

- Encima de boludo te volviste mentiroso.

- No, de verdad. Estuve con el Diablo.

- Juan, por favor, están los chicos no podes decir semejante estupidez.

- En serio, te digo la verdad.

- Vos tenés otra mujer, ¿no? Decime la verdad Juan.

- No, no tengo a nadie y yo sé que parece una locura pero hoy hablé con el Diablo.

- Y ¿qué te dijo el Diablo?

- Que le tengo que pedir algo para que él se quede con mi alma, porque sino, se me mete en el cuerpo como en El Exorcista.

- Juan ¿de qué hablas?

- Del Exorcista, la de la nenita que le da vueltas la cabeza.

- Juan no seas imbécil y explicame que es lo que estas diciendo.

- La de los curas que...

- La película ya sé infeliz, explicame qué carajo decís del Diablo y más te vale que me digas la verdad. 

- Que el Diablo me propuso que le pida un deseo a cambio de mi alma

- Pero ¿por qué no le pedís un cerebro así no sos tan idiota y servís para algo? Infeliz.

- Pero escuchame.

- Escuchame las pelotas Juan, si no me querés decir, no me digas. Pero esto me lo vas a pagar, ¿entendiste?

- Pero Leticia...

- Ni me hables y si querés cenar cocinate vos, por que yo de ahora en más cocino para mí y para mis hijos.

Juan comprendió en lo que se había convertido y supo que su vida no tenía solución, pero su alma era un precio muy caro por un futuro que no supo conseguir.

Se sentó a ver televisión hasta que todos se fueron a dormir, luego se levantó y en la cocina y de parado, cenó un sándwich de jamón, que consideró su última cena, y pasó toda la noche en vela pensando en mañana.

Juan llegó a la oficina más temprano que nunca y casi no habló en todo el día, masticando una idea que no le terminaba de cerrar al igual que todas las que le pasaron por la cabeza la noche anterior.

Al salir de la oficina se dirigió al bar donde lo estaba esperando.

- Espero que vengas decidido, porque es ahora o nunca.

- Si, lo estoy.

- Entonces qué decidiste.

- Quiero que seas yo por un año y que vivas mi vida.

- ¿Por un año?

Juan en un principio había pensado en una vida junto a Leticia pero creyó que un año ya era demasiado castigo hasta para el mismo Diablo y yo pensé: ¿Qué es un año en una eternidad?

- Si un año.

- Y mientras tanto ¿vos quién sos? Le pregunté

- Eh, no sé, no lo había pensado... ¿vos?

- ¿Querés ser yo y pasar un año en el Infierno?

- Eh, si.

- Como quieras, entonces firmame aquí, aquí y aquí y todas con aclaración.

Una vez que Juan firmó el contrato nuestras almas se cambiaron de cuerpos, salimos del bar y caminamos juntos hasta la otra esquina.

- Bueno, acá nos despedimos Juan, hasta dentro de un año.

- Hasta dentro de un año.

- Ah, una cosita más, ¿sabes como llegar al Infierno desde acá?

- Eh, no.

- Ahora sos el Diablo, solo tenés que pensar a dónde querés ir y ahí apareces y así con cualquier otra cosa, ojo, no te abuses que tampoco todo está permitido y no me hagas ningún quilombo por allá, te pido por favor.

- Bueno, nos vemos, suerte. Me dijo Juan

- Nos vemos y cuidame ese alma, eh. Le contesté

Nos separamos en esa esquina y caminé hacia la parada del colectivo, como a la mitad de cuadra me di vuelta y Juan seguía parado en la esquina, espero que a éste no se le ocurra ir al cielo, Pensé, ¿cómo explica que no soy yo?

Llegué al departamento de Juan y me paré frente a la puerta, busqué las llaves en mi bolsillo y abrí.

- Papá, Papá qué me trajiste.

- Nada Pablo. 

- ¡Mamá, Mamá papá no me trajo nada!

- No me extraña hijito, papá es un miserable.

- ¿Cómo dijiste Leticia?

- Nada, yo con los boludos no hablo.

En realidad tenia ganas de matarla, pero un alma es un alma y un año es solo un año.

- Como quieras, voy a ver televisión.

- Hasta las nueve.

- ¿A las nueve cenamos?

- ¿Estás en gracioso Juan?, a las nueve está la novela y si querés cenar te cocinas vos.

- Igual no tengo hambre.

Me senté en el sillón, me acomodé, tomé el control remoto y...

- Papá, dejá los dibus.

- No Pablo, papá está cansado.

Y es verdad uno se cansa en estos cuerpos.

- Pero yo estaba mirando los dibus.

- Estabas, bien dijiste.

Y un llanto invadió el departamento, y eso que yo estoy acostumbrado a los llantos y me gustan, pero este me taladraba la cabeza como ningún otro.

- Está bien nene, mira los dibus.

Me levanté y me senté en el comedor, a los dos minutos Pablito estaba jugando con unos muñequitos en la pieza, me llené de paciencia y fui otra vez al sillón, tomé nuevamente el control remoto e hice zapping por todos los canales hasta que en el Discovery Channel encontré un documental sobre Cristo.

- ¡No te lo puedo creer, esto es cualquier cosa!

Cinco minutos más tarde, ya estaba desbordado.

- ¡No, así no fue, dejame de joder viejo, estos tipos dicen lo que quieren!

- ¿Que pasa papi?. Me interroga Vanesa

- Nada que estos tipos cuentan cualquier cosa.

- ¿Qué tipos? Me pregunta

- Estos de la televisión.

- ¿Los Teletubies?

- No, los del Discovery Channel.

- Y ¿por qué?

- Porque están arreglados.

- ¿Por qué?

- Porque les dan un poco de esperanza y dicen lo que quieren ellos.

- ¿Quiénes?

- Dios y todos los demás.

- Dios es bueno. Me dice desafiante

- ¡Que va a ser bueno!

- Dios es bueno, mamá dice que es bueno.

- Tu mamá no sabe nada.

- Mamá, papá dice que Dios es malo, grita Vanesa entre sollozos

- Mirá que sos imbecil Juan, cómo vas a hacer llorar a la nena así con semejantes pavadas, si tu vida es una mierda no te la agarres con el señor, porque yo no soy muy cristiana pero no me gusta que digan cosas feas de Dios y menos delante de la nena, entendiste.

- Y ¿qué sabes vos de Dios?, a ver.

- Que si Dios no fuese tan bueno no habría creado a un tipo tan boludo como vos.

En eso puede ser que haya tenido algo de razón.

- Vos no vas a decirme a mí quien es Dios.

- Y vos qué carajo sabes si en tu vida jamás pisaste una iglesia, o te anduvo contando tu amigo el Diablo. Fue un poco sarcástica con lo del Diablo debo reconocer

- Mirá, mejor la cortamos acá.

- Si mejor, porque sino te mato y no te quiero escuchar decir ni una sola blasfemia más delante de la nena.

- Esta bien hace como quieras. Le dije

Hacía muchas edades que nadie me levantaba la voz y todo este asunto empezaba a no gustarme nada.

A las nueve me sacó la televisión para llevarla al comedor y ver la novela mientras cenaban, sin hambre, sin otro cosa que hacer y con una impotencia absoluta me fui a dormir, pero el solo hecho de tener a esa mujer al lado y la mínima posibilidad de que quiera tener sexo conmigo, no me dejó cerrar un solo ojo en toda la noche.

Cansado y con sueño llegué al trabajo, donde no pararon de reírse de mí a mis espaldas y el jefe de Juan, no dudo en insultarme cuando me retrasé con unos expedientes, pero me tomé el trabajo de anotar bien clarito todos sus nombres y un día en el más allá me las van a pagar.

Saboreando una venganza futura llegué a mi nuevo hogar.

- ¿De qué te venís riendo vos?

- Pensé que no me hablabas.

- Si, pero a veces me das lastima.

- ¿Yo te doy lastima?, vos me vas a dar lastima cuando te vea colgada en el infierno.

Y un cachetazo me dio vuelta la cara.

- Te dije que no quiero que digas esas cosas delante de los chicos.

Los ojos se me pusieron rojos, los puños se me cerraron y un odio me comenzó a subir por el cuerpo, pensé en estrangularla y verla sufrir pero el alma de Juan se me cruzó por la cabeza cuando estaba decidido a hacerlo y desistí. Tengo que aguantar, es solo un año, me dije, no puedo perder un alma por esta gorda de mierda, tengo que ser Juan.

Respiré hondo y fui a la cocina por algo de comer, miré televisión hasta las nueve, por supuesto, y me fui a dormir.

Creí que no lo soportaría, que un año de maltratos era demasiado hasta para el señor de las Tinieblas, pero los días pasaron y aunque las peleas y los insultos crecían pasó por fin la primer semana y me fui acostumbrando hasta lograr en mi un increíble poder de abstracción, que me era bastante útil con la gorda, pero las charlas del ¿por qué? con Vanesa y los caprichos de Pablo me volvían loco. Soporté la segunda semana como un señor y creí estar muy cerca de lograrlo, aunque me faltaban once meses y quince días, nada podía ser peor que las primeras semanas, pero estaba tan equivocado que el solo recordarlo me estremece.

La segunda noche de la tercer semana, luego de una larga discusión por no sé qué cosa, porque en realidad no estaba escuchando nada, nos fuimos a dormir.

- Juanchi, estamos peleando mucho, ¿no te parece?

El tono dulce de voz, me había provocado un ligero temor que se transformó en miedo cuando se acercó a mí en la cama y acariciándome el pelo me dijo:

- Tendríamos que intentar estar mejor.

- Si., contesté envuelto en un miedo que se volvía terror al ver a la gorda bajar su mano desde mi cabeza hasta mi sexo.

- Y tengo mucha necesidad que me hagas el amor.

- No, se acabó, no va más.

Y me vestí en un segundo para ir en busca de la calle, dejando atrás un tendal de insultos. Caminé por la ciudad oscura y fría llamando a Juan por todos lados, hasta que cansado y con frío me detuve en la entrada de un edificio, delante de mí y con la apariencia de un hombre temeroso apareció Juan.

- Me llamaste.

- Si Juan, te llamé porque tengo una nueva oferta para vos.

- ¿Qué oferta?

- Te propongo rescindir el contrato y quedar libre de perder tu alma.

- ¿Por qué, puedo preguntar?

- Porque tengo cosas que hacer y me di cuenta que si paso un año como vos se me atrasa todo y después no lo hago más, ¿entendés Juan?

- Si, te entiendo pero a mí me queda casi un año en el Infierno y ahí todos me respetan, la paso bien ¿viste?

- Si, pero salvarías tu alma y vos sabes lo que le pasa a las almas que van al Infierno.

- Puede ser que tengas razón.

- Entonces ¿lo rescindimos?

- Si, pero con la condición que yo nunca vaya al Infierno haga lo que haga.

- Yo lo arreglo no te preocupes por eso.

Juan hizo aparecer el contrato y lo rompimos como en un pacto de caballeros.

- Creo que no te voy a ver más. Dijo Juan.

- No, supongo que no. Le contesté

- Entonces suerte, chau.

- Chau Juan y una cosa más, divorciate, no es para vos.

Nunca más lo volví a ver y sinceramente jamás quise saber qué fue de la vida de Juan, pero me sentí realmente reconfortado cuando la gorda llegó a mis dominios.

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